La dirección del centro estaba cuidando con mucho cariño la PRIMERA JORNADA DE LA FRATERNIDAD, un ciclo de tres conferencias en que serían exaltados los valores de la vivencia cristiana en la relación humana.
Fue convocada por la presidencia una reunión extraordinaria para tratar exclusivamente del asunto. Varios casos entraron en discusión, estableciéndose la programación y los cargos de cada director:
Divulgación…
Números Artísticos…
Composición de la Mesa…
Dirección de los Trabajos…
Oración de Cierre…
Aparatos de Sonido…
Distribución de Mensajes…
Sorteo de Libros…
Había mucha animación. Los asuntos fueron debatidos, problemas resueltos, responsabilidades asumidas.
Un último asunto tomó el tiempo mayor de la reunión, porque nadie quiso asumir el encargo.
Hospedaje.
Los motivos se presentaron variados e inamovibles:
“Estoy con una pequeña reforma en la casa…”
“Mi casa es muy modesta. No estarían bien acomodados…”
“Mi esposa anda con jaqueca”
“Tendré familiares de fuera…”
“No tenemos cuarto de huéspedes…”
“¡Los niños son terribles! No darían sosiego…”
Después de mucha discusión, en la imposibilidad de encontrar casas espíritas acogedoras, se decidió que los oradores invitados para la PRIMERA JORNADA DE LA FRATERNIDAD se quedarían en un hotel.
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¡Ya no hay espacio en los hogares para el ejercicio de la hospitalidad! ¡El coste de la vida muy elevado, problemas domésticos, actividades profesionales, una existencia agitada, mil compromisos!
Hay hasta espíritas tan empeñados en diseminar los principios espíritas que no tienen tiempo para ponerlos en práctica, acogiendo compañeros que llegan para las labores doctrinarias…