REFLEXIONES,
CONSEJOS Y MÁXIMAS DE ALLAN KARDEC
Diatribas
En cuanto al Espiritismo en general, que es una de las fuerzas de la
Naturaleza, el escarnio será destruido, como lo ha sido contra tantas otras
cosas que el tiempo ha consagrado; esa utopía, esa fantasía – como ciertas personas
lo llaman – ya ha dado la vuelta al mundo y todas las diatribas no impedirán su
marcha, del mismo modo que en otros tiempos los anatemas no han impedido a la
Tierra girar.
Por lo
tanto, dejemos a los escarnecedores reír a gusto, puesto que tal es su
capricho; lo harán a expensas del Espíritu; ríen bastante de la religión, ¿por
qué no reirían del Espiritismo que no es sino una ciencia? Mientras tanto,
ellos nos prestan más servicios que prejuicios al economizarnos gastos de publicidad,
porque no hay uno sólo de sus artículos – por más espirituoso que sea – que no
haya hecho vender algunos de nuestros libros y que no nos haya proporcionado
algunas suscripciones. Gracias, pues, por el servicio que nos prestan sin
querer.
Diremos,
igualmente, poca cosa en lo que nos atañe personalmente; aquellos que nos
atacan, ostensiblemente o de forma oculta, pierden su tiempo si creen que nos
perturban; si piensan en bloquearnos el camino, también se equivocan, ya que nada
pedimos y solamente aspiramos a ser útiles dentro de los límites de las fuerzas
que Dios nos ha dado; por modesta que sea nuestra posición, nos contentamos con
aquello que para muchos sería mediocridad: no ambicionamos rangos, ni fortuna, ni
honores; no buscamos el mundo, ni sus placeres; lo que no podemos tener no nos
causa pesar alguno y lo vemos con la más completa indiferencia; puesto que no
está en nuestros gustos, no envidiamos a aquellos que poseen esas ventajas – si
ventajas hay –, lo que a nuestros ojos es para cuestionar, porque los goces
pueriles de este mundo no aseguran un lugar mejor en el otro; lejos de eso.
Nuestra vida
es toda de labor y de estudio, y consagramos al trabajo hasta los instantes de
reposo: aquí no hay de qué tener celos. Como tantos otros, llevamos nuestra
piedra al edificio que se eleva; pero nos ruborizaríamos de hacer de esto un
escalón para llegar adonde sea que fuere; que otros aporten más que nosotros;
que otros trabajen tanto como nosotros y mejor que nosotros, y los veremos con
sincera alegría; lo que ante todo queremos es el triunfo de la verdad, de
cualquier parte que venga, porque no tenemos la pretensión de sólo nosotros
tener la luz; si de eso debe redundar alguna gloria, el campo está abierto para
todo el mundo y tenderemos la mano a todos aquellos que, en este áspero curso
de la vida, nos sigan con lealtad, con abnegación y sin segundas intenciones
personales.
Sabíamos muy
bien que, al enarbolar abiertamente la bandera de las ideas de las cuales nos
hemos hecho uno de los propagadores y al arrostrar prejuicios, atraeríamos a
enemigos, siempre listos a lanzar dardos envenenados contra quien levante la
cabeza y se ponga en evidencia; pero existe la siguiente diferencia entre ellos
y nosotros: que no queremos para ellos el mal que buscan hacernos, porque
sabemos distinguir la parte que compete a la debilidad humana, y es en esto
solamente que nos creemos superiores; el ser humano se rebaja por la envidia,
por el odio, por los celos y por todas las pasiones mezquinas: pero se eleva por
el olvido de las ofensas. Ahí está la moral espírita; ¿no vale ella más que las
personas que difaman a su prójimo? Esta moral nos ha sido dictada por los Espíritus
que nos asisten, y por la misma es que se puede juzgar si ellos son buenos o
malos. Ella nos muestra las cosas de lo alto tan grandes y las de abajo tan
pequeñas que no podemos sino compadecernos de aquellos que voluntariamente se
torturan para darse alguna efímera satisfacción a su amor propio.
Textos extraídos de las Obras de
Allan Kardec