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OBJETIVOS: . Promover el estudio, la difusión y la práctica de la Doctrina Espírita, prestando atención fraterna a las personas, .que buscan esclarecimiento, orientación y amparo para sus problemas espirituales, morales y materiales; .y que quieran conocer y estudiar la Doctrina Espírita en sus aspectos científicos, filosóficos, sociales, morales, espirituales y religiosos.

viernes, 4 de julio de 2014

                       CREDO ESPIRITISTA
Los males de la humanidad tiene su origen en la imperfección del hombre: por sus vicios se damnifican unos a otros. En tanto que los hombres sean viciosos, serán malhechores, porque la lucha de los intereses engendrará sin cesar las miserias.
Las buenas leyes contribuyen sin duda al mejoramiento social, pero son impotentes para asegurar la dicha de  la humanidad porque reprimen y no extirpan las malas pasiones, porque son mas coercitivas que moralizadoras, porque no fiscalizan más que los actos más sobresalientes y dejan sin juzgar las causas. Por lo mismo, la bondad de las  leyes está en razón de la bondad de los hombres, tanto que aquellos que estén dominados por el orgullo y el egoísmo, harán leyes en provecho de las ambiciones personales. La ley civil sólo modifica la superficie; la ley moral es la que penetra en el fuero interno de la conciencia y la reforma.
 Está comprobado que para evitar el disgusto causado por el contacto de los vicios de los hombres malhechores, el sólo remedio es elevar el nivel moral. La dicha aumenta a medida que los vicios disminuyen.
Por buena que sea una institución social, si los hombres son malos, la falsearan desnaturalizando su espíritu para explotarla en su provecho. Cuando los hombres sean buenos, harán buenas y durables sus instituciones, porque tendrán interés en conservarlas.
La cuestión social no tiene su punto de partida en la forma de tal o cual institución; está toda entera en el mejoramiento moral de los individuos y de las masas. Aquí está el principio de la verdadera clave del bienestar de la humanidad, porque cuando esto se haya conseguido, los hombres no pensarán en matarse unos a otros. No es suficiente echar un velo sobre la corrupción; es preciso extinguirla.

 El principio del mejoramiento está en la naturaleza de las creencias, porque ellas son el móvil de las acciones que modifican el sentimiento. En las ideas inculcadas en la infancia e identificadas con el espíritu, y en las que se anexan con el desarrollo ulterior de la inteligencia y de la razón, es donde hay que buscar la fuente de nuestra bienandanza futura. Por la educación, mejor que por la instrucción, lograremos transformar la humanidad.

El hombre que trabaja seriamente por su propio mejoramiento, asegura su dicha en esta vida, y además, obtiene la satisfacción de su conciencia, viéndose exento de las miserias materiales y morales que son las consecuencias inevitables de sus imperfecciones.
Obtendrá la calma, porque las vicisitudes no deshojaran la flor de sus ilusiones; obtendrá la salud, porque su cuerpo no se entrega jamás a los excesos; poseerá riquezas, porque la riqueza mayor es saberse contentar con lo necesario; gozará de la paz del alma, porque no se rodeará de necesidades ficticias ni será atormentado por la sed de los honores y de lo superfluo, porque no conocerá la fiebre de la ambición, de la envidia y de los celos. Siendo indulgente para con las imperfecciones de otro, que le excitarán su piedad y no su cólera, evitando todo lo que pueda perjudicar su prójimo en palabras y acciones, y queriendo por el contrario todo aquello que pueda ser útil y agradable a los demás, nadie sufrirá con su contacto.

Se asegura su felicidad en la vida futura, porque, cuanto más esté depurado, más se elevará en la jerarquía de los seres inteligentes y más pronto abandonará este mundo de expiación y prueba por los mundos superiores; porque el mal que haya reparado en esta vida no tendrá que repararlo en otras existencias; porque, en la erraticidad, no encontrará más que seres amigos y simpáticos, no estará atormentado por la vista incesante de aquellos que tuvieran que compadecerlo.
 Que los hombres, viviendo unidos, estén animados de estos sentimientos, y serán dichosos en la Tierra; que de poco en poco, estos sentimientos ganen todo un pueblo, toda una raza, toda la humanidad, nuestro mundo figurará en el rango de los felices.
¿Es esto una quimera, una utopía? - Sí, para aquel que no cree en el progreso del alma; no, para el que cree en su perfectibilidad indefinida.

El progreso general es el resultado de todos los progresos individuales, pero el progreso individual no consiste solamente en el desarrollo de la inteligencia, en la adquisición de algunos conocimientos: esto no es más que una parte del progreso, que por cierto no conduce necesariamente al bien, puesto que se ven hombres sabios que hacen mal uso de su saber. El progreso consiste, sobre todo, en el mejoramiento moral, en la depuración del espíritu, en la extirpación de los malos gérmenes que existen en nosotros: este es el verdadero progreso, el solo progreso que puede asegurar la dicha a la humanidad, porque es la negación misma del mal. El hombre más adelantado en inteligencia puede hacer mucho mal; el que lo esté en sentimientos no hará más que bien. Hay pues, interés por parte de todos, en el progreso moral de la humanidad.

Pero ¿qué hace por el mejoramiento y la dicha de las generaciones futuras aquel que cree que todo termina con la vida?, ¿Qué interés ha de tener en perfeccionarse, en sujetarse, en dominar sus pasiones, en privarse de algo por el bien de los otros?

 Ninguno: la lógica misma le dice que su interés está en gozar de la vida por todos los medios posibles, puesto que mañana, acaso, habrá dejado de existir.

La doctrina del nihilismo es la parálisis del progreso humano, porque circunscribe la vida del hombre al imperceptible punto de la existencia presente; porque restringe las ideas y las concentra exclusivamente en la vida material. Con esta doctrina, el hombre no era nada antes, nada será después; todas las relaciones sociales terminan con la vida; la solidaridad es una palabra vana; la fraternidad una teoría sin razón; la abnegación en provecho de otro una majadería; el egoísmo con su máxima «cada uno para sí», un derecho natural; la venganza un acto equitativo; la felicidad es para los más fuertes y para los más diestros; el suicidio, el fin lógico de aquellos que carezcan de lo necesario... Una sociedad fundada en la doctrina del nihilismo llevaría en sí el germen de su disolución inmediata.
 
Otros son los sentimientos de aquel que tiene fe en el porvenir, que sabe que nada de lo que haya adquirido en ciencia y en moralidad puede perdérsele, que del trabajo de hoy recogerá mañana sazonado fruto, que él mismo formará parte de las generaciones futuras más adelantadas y más buenas. Sabe que trabajando para los otros, trabaja para sí propio. Su vida no se concreta a la Tierra; abraza el infinito de los mundos que serán un día su morada; entrevé el lugar glorioso que  será su herencia, como la de todos los seres llegados a la perfección.

Con la fe en la vida futura, el círculo de las ideas se ensancha, el porvenir esta en el presente, el progreso personal tiene un objeto, una utilidad efectiva. De la continuidad de relaciones entre los hombres nace la solidaridad; la fraternidad se funda en la ley de la naturaleza y en el interés de todos.

La creencia en la vida futura es, pues, el elemento del progreso, porque es el estimulante del Espíritu. Solo ella nos puede dar valor en las pruebas, porque solo ella nos suministra la razón de sí mismas y nos exhorta a la perseverancia en la lucha contra el mal sí queremos conseguir nuestro destino. Precisa, por consiguiente, llevar esta creencia al espíritu de las masas que desfallecen.

Por otra parte, esta creencia es innata en el hombre; todas las religiones la proclaman. ¿Por qué no ha dado hasta hoy día todos los resultados que se podía esperar? Porque generalmente ha sido presentada en condiciones inaceptables para la razón. Tal como se la muestra, rompe todas las relaciones con el presente; desde el momento que uno abandona la Tierra, debe ser extraño a la humanidad; ninguna solidaridad existe entre los muertos y los vivos; el progreso es puramente individual; trabajando por el porvenir, no se trabaja más que por sí, no se sueña más que para sí, y aún con un fin vago, indefinido, que no tiene nada de positivo sobre lo que el pensamiento pueda reposar con confianza; en fin, la vida futura que se presenta, es más una esperanza que una certeza. Esto ha dado por resultado, en unos la indiferencia, en otros, una exaltación mística, que aislando al hombre de la Tierra, es esencialmente perjudicial al progreso efectivo de la humanidad, porque conduce al olvido de los cuidados que reclama el progreso material, que la naturaleza nos ha impuesto como un deber.

Y sin embargo, aunque sean incompletos sus resultados, no dejan de ser muy reales. ¡Qué de hombres no han sido vigorizados y sostenidos en el camino del bien por esta vaga esperanza!

¡Cuántos no han sido detenidos en la pendiente del mal por temor a comprometer su porvenir! ¡Qué nobles virtudes no han desarrollado esta creencia! No desdeñemos, no, las creencias del pasado, que por deficientes que fueran, conducían al bien y estaban con relación al progreso de la humanidad. Pero progresando esta, quiere las creencias en armonía con las nuevas ideas. Si los elementos de la fe permanecen estacionados, se distancian del espíritu, pierden toda influencia, y el bien que han producido en otro tiempo no pueden producirlo ahora porque no están a la altura de las consecuencias.

Para que la doctrina de la vida futura proporcione en lo sucesivo los frutos que haya que esperar, precisa, ante todo, que satisfaga la razón; que responda a la idea que se tiene de la sabiduría, de la justicia y de la bondad de Dios; que no pueda ser desmentida por la ciencia; que no deje en el espíritu ni duda ni incertidumbre: que sea tan positiva como la vida presente, de la cual es la continuación, del mismo modo que el mañana es continuación del hoy; que se le vea, que se le comprenda, que se la toque como si dijéramos con el dedo; precisa, en fin que la solidaridad del pasado, del presente y del porvenir a través de las diferentes existencias, sea evidente.
 
Tal es la idea que el Espiritismo da de la vida futura; y esta idea, en la que él tiene su pujanza, no es una concepción humana que pudiera ofrecerse como la más racional, pero no como más verídica que las otras, sino que son el resultado de los estudios hechos sobre los ejemplos presentados por las diferentes categorías de Espíritus que se comunican, que han permitido explorar la vida extra corporal en todas sus fases, desde el más alto al más bajo de los seres. Las peripecias de la vida futura no son una teoría, una hipótesis más o menos probable, sino el resultado de diferentes observaciones. Son los mismos habitantes del mundo invisible los que han venido a descubrir su estado, y su situación es tal, que ni aún la imaginación más fecunda hubiera presentado a los ojos del observador.

Dándonos la prueba de la existencia y de la inmortalidad del alma, nos inicia en los misterios del nacimiento, de la muerte, de la vida futura y de la vida universal, y nos hace tangibles las consecuencias inevitables del mal y del bien.

Por esto, el Espiritismo, mejor que ningún otro credo, nos hace sentir la necesidad del mejoramiento individual, ya que por él sabe el hombre de dónde viene, a dónde va y porqué habita en la Tierra; le presenta un fin, una utilidad práctica; no le forma tan solo para el porvenir: le forma para el presente, para la sociedad. Por su mejoramiento moral, los hombres preparan en la Tierra el reinado de la paz y de la fraternidad. Por consiguiente, la Doctrina Espírita es el más poderoso elemento moralizador; porque a la vez se dirige al corazón, a la inteligencia y al interés personal bien comprendido.

Por su esencia misma, el Espiritismo toca todas las ramas de las ciencias físicas, metafísicas y morales; las cuestiones que abarca son innumerables; sin embargo, pueden resumirse en los principios siguientes, que están considerados como verdades adquiridas, constituyendo el programa del Credo Espírita.

Existencia de Dios; Infinidad de mundos habitados;
Preexistencia y persistencia eterna del espíritu; demostración experimental de la supervivencia del alma humana por comunicación mediúmnica con los espíritus. Infinidad de fases en la vida permanente de cada ser; Recompensas y penas como consecuencia natural de los actos;
Progreso infinito; Comunión universal de los seres; Solidaridad.

La Doctrina Espírita marca una etapa importantísima en el progreso humano, no impone una creencia, invita al estudio, depurando la razón y el sentimiento, y satisfaciendo a la conciencia.


Allan Kardec
Tomado del libro «Obras Póstumas»

martes, 1 de julio de 2014

                            COSECHA  DE  ODIO

               -¡No! ¡no te quiero en mis brazos!- decía la joven madre, a quien la ley del señor confiriera la dulce misión de la maternidad, al hijo que floreciera en el seno, -¡no me robarás la belleza! Significas trabajo, renuncia, sufrimiento….
              -¡Madre, déjame vivir!...- le suplicaba la criatura en el santuario de la conciencia -¡estamos juntos! ¡Dame la bendición del cuerpo! Debo luchar y regenerarme. Sorberé contigo la taza de sudor y lágrimas, procurando redimirme… nos complementaremos. Dame abrigo y te daré alegría. Seré el retoño de tu amor, tanto como tú serás para mí el árbol de luz, en cuyas ramas tejeré mi nido de paz y esperanza…
                -No, no…
                -¡No me abandones!
               -Te expulsaré.
               -¡Piedad madre! ¿No ves que procedemos de lejos, alma con alma, corazón con corazón?
               -¿Qué importa el pasado? Veo en ti solamente al intruso, cuya presencia no pedí.
               -¿Te olvidas, madre, que Dios nos reúne? ¡No me cierres la puerta!...
               -soy mujer y soy libre. Te sofocaré antes de nacer.
               -¡Compadécete de mí!...
               -No puedo. Soy juventud y placer, eres perturbación y obstáculo.
               -¡Ayúdame!
               -Auxiliarte sería cortar mi propia carne. Disputo mi felicidad y mi figura femenina…
              -¡Madre, ampárame! Procuro el servicio de mi restauración…
              Día a día, se renovaba el diálogo sin palabras, y cuando el bebé intentaba venir a luz, le dice la madrecita ciega e infortunada, obligándolo a beber la hiel de la frustración:
             -¡Vuelve a la sombra de dónde vienes! ¡Muere! ¡Muere!
              -¡Madre, madre! ¡No me mates! Protégeme! Déjame vivir…
             -¡Nunca!
             -¡Socórreme!
            -No puedo.
            Duramente repelido, cayó el pobre hijo en las sombras de la rebeldía y, en ansia desesperada de preservar el cuerpo tierno, se agarró al corazón de ella, que se desorganizó, a la manera de un reloj descompuesto…
           Entonces, ambos, en vez de continuar en la gracia de la vida, se precipitaron en el despeñadero de la muerte.
          Desprovistos del envoltorio carnal, se proyectaron al Espacio, gritando acusaciones reciprocas.
         Pero se hallaban imantados uno al otro, por las cadenas magnéticas de pesados compromisos, arrastrándose por mucho tiempo, detestándose y recriminándose mutuamente…
       La sementera de crueldad atrajera la cosecha de odio. Y la mies de odio les imponía un nefasto desequilibrio.
      Años y años transcurrieron, sombríos e inquietantes, para los dos, hasta que, un día, caritativo Espíritu de mujer se recordó de ellos en sus oraciones de cariño y piedad, como ofreciéndoles su propio seno. Ambos respondieron hambrientos de consuelo y renovación, aceptando el generoso abrigo…
      Envueltos por la caricia maternal, reposaron al fin.
     Dulce sueño les pacificó la mente adolorida.
     Sin embargo, cuando despertaron de nuevo en la tierra, traían el estigma del clamoroso débito en que se habían reunido, reapareciendo, entre los hombres, como dos almas apasionadas por la carne, disputando la misma envoltura física, en el triste fenómeno de un solo cuerpo, sustentando dos cabezas.
Transcrito del libro, Cuentos y Apólogos, Cap. 11 (Psicografía de Francisco Cándido Xavier por el Espíritu hermano X)