COSECHA
DE ODIO
-¡No! ¡no te quiero en mis
brazos!- decía la joven madre, a quien la ley del señor confiriera la dulce
misión de la maternidad, al hijo que floreciera en el seno, -¡no me robarás la
belleza! Significas trabajo, renuncia, sufrimiento….
-¡Madre, déjame vivir!...- le suplicaba la criatura en el santuario
de la conciencia -¡estamos juntos! ¡Dame
la bendición del cuerpo! Debo luchar y regenerarme. Sorberé contigo la taza de
sudor y lágrimas, procurando redimirme… nos complementaremos. Dame abrigo y te
daré alegría. Seré el retoño de tu amor, tanto como tú serás para mí el árbol
de luz, en cuyas ramas tejeré mi nido de paz y esperanza…
-No, no…
-Te expulsaré.
-¡Piedad madre! ¿No ves que
procedemos de lejos, alma con alma, corazón con corazón?
-¿Qué
importa el pasado? Veo en ti solamente al intruso, cuya presencia no pedí.
-¿Te olvidas, madre, que Dios nos reúne? ¡No
me cierres la puerta!...
-soy mujer y soy libre. Te sofocaré antes de
nacer.
-¡Compadécete de mí!...
-No
puedo. Soy juventud y placer, eres perturbación y obstáculo.
-¡Ayúdame!
-Auxiliarte sería cortar mi propia carne.
Disputo mi felicidad y mi figura femenina…
-¡Madre,
ampárame! Procuro el servicio de mi restauración…
Día a día, se renovaba el diálogo sin
palabras, y cuando el bebé intentaba venir a luz, le dice la madrecita ciega e
infortunada, obligándolo a beber la hiel de la frustración:
-¡Vuelve a la sombra de dónde vienes! ¡Muere!
¡Muere!
-¡Madre, madre! ¡No me mates! Protégeme! Déjame
vivir…
-¡Nunca!
-¡Socórreme!
-No puedo.
Duramente repelido, cayó el pobre hijo en
las sombras de la rebeldía y, en ansia desesperada de preservar el cuerpo
tierno, se agarró al corazón de ella, que se desorganizó, a la manera de un reloj
descompuesto…
Entonces, ambos, en vez de continuar en la
gracia de la vida, se precipitaron en el despeñadero de la muerte.
Desprovistos del envoltorio carnal, se
proyectaron al Espacio, gritando acusaciones reciprocas.
Pero
se hallaban imantados uno al otro, por las cadenas magnéticas de pesados
compromisos, arrastrándose por mucho tiempo, detestándose y recriminándose
mutuamente…
La
sementera de crueldad atrajera la cosecha de odio. Y la mies de odio les
imponía un nefasto desequilibrio.
Años
y años transcurrieron, sombríos e inquietantes, para los dos, hasta que, un
día, caritativo Espíritu de mujer se recordó de ellos en sus oraciones de
cariño y piedad, como ofreciéndoles su propio seno. Ambos respondieron
hambrientos de consuelo y renovación, aceptando el generoso abrigo…
Envueltos
por la caricia maternal, reposaron al fin.
Dulce sueño les pacificó la mente
adolorida.
Sin embargo, cuando despertaron de nuevo
en la tierra, traían el estigma del clamoroso débito en que se habían reunido,
reapareciendo, entre los hombres, como dos almas apasionadas por la carne,
disputando la misma envoltura física, en el triste fenómeno de un solo cuerpo,
sustentando dos cabezas.
Transcrito
del libro, Cuentos y Apólogos, Cap. 11 (Psicografía de Francisco Cándido Xavier
por el Espíritu hermano X)
No hay comentarios:
Publicar un comentario