PRESO A SU PROPIA
SEPULTURA
“Mi muerte fue como una pesadilla: sentí un
profundo entorpecimiento y perdí toda conciencia. Después de algún tiempo
recobré la conciencia; parecía estar bien, hasta que percibí que algunas
personas estaban colocándome en un ataúd. Intenté reaccionar, pero no conseguí moverme;
grité diciendo que estaba vivo, pero nadie me oyó. Cuando cerraron el féretro,
di golpes en la tapa intentando abrirla, pero mi esfuerzo era en vano;
entonces, perdí el sentido.
No sé cuanto
tiempo permanecí dormido; cuando volví en mí de nuevo, sentí que me colocaron
en un vehículo y viajamos por algún tiempo. Los bamboleos del automóvil me
marearon; comencé a sentirme mal; no tenía espacio para vomitar ni para
moverme; me sentía sofocado. Cuando el coche paró, escuché que lloraban y
gritaban mi nombre. Por el movimiento, percibí que debería ser allí el local
del velatorio. Sacaron el ataúd del auto y cuando menos yo lo esperaba,
abrieron la tapa. ¡Sentí un gran alivio! Intenté levantarme, pero no lo conseguí.
Mucha gente se inclinó sobre mí para llorar.
¿Qué podría
hacer yo? Ya lo había intentado todo para salir de allí. La única explicación
que yo encontraba para aquel hecho es que yo estaba realmente muerto y mi
espíritu preso al cuerpo que ya comenzaba a oler mal. Ante mi impotencia, tuve
que aceptar aquella situación. Observé a cada persona que pasaba por mí lado.
Me miraban piadosamente y lamentaban mi muerte. Casi todos los que pasaron por
aquel desfile de lágrimas y de hipocresía decían la misma cosa.
–¡Qué pena,
era tan joven!
Otros
cuchicheaban:
–Fueron las
drogas las que lo destruyeron.
Después de
algún tiempo, cerraron el cajón y me colocaron de nuevo en un automóvil; quedé
atontado, y comencé a sentirme mal; por algunos momentos tuve la esperanza de
que todo aquello podría ser sólo un sueño y que en aquel momento, yo iba a
morir de verdad. Pero, apenas acabé desmayado. Cuando volví en mí, no sé cuánto
tiempo después, escuché a algunas personas conversando. Por lo que hablaban,
deduje que me estaban llevando para el cementerio; casi me venció la desesperación.
Sentí un miedo terrible, principalmente cuando percibí que me estaban
sepultando. No llegué a sufrir un ataque de pánico, pero recé todas las
oraciones que yo había aprendido y eso de cierta forma me calmó.
Recordé toda
mi vida desde que era un niño. Volví a ver todo mi pasado, era como si
estuviese asistiendo a la proyección de una película en mi mente. A partir de
aquel momento, en aquella profunda soledad, comencé a juzgar mis actitudes. ¡Fui
un combatiente! Luché contra un sistema que no aceptaba y que me causaba
indignación. Sin embargo, acabé siendo víctima de mí mismo y no del sistema que
yo condenaba.”
Comprendió
enseguida que el sufrimiento por el que pasaba, era propio de los suicidas.
“Era así
mismo como yo me sentía, un suicida. Llevado por la rebeldía, recorrí el camino
de las drogas hasta encontrar la muerte.”
Y se
lamentaba:
“Pues,
aunque el mundo me aborreciese, yo debía haber continuado en el buen combate.
Francamente,
estaba equivocado, pues señalaba todo lo que estaba errado, pero no sabía
indicar lo correcto; tenía buenas intenciones, pero con actitudes
contradictorias; y que en vez de atacar y herir al sistema, debería haber
contribuido para transformarlo.”
Añadiendo:
“No corrí
tras el oro de los tontos, pero, en la cama de mi apartamento, permanecí
acostado con la boca abierta, esperando que la muerte llegase. ¡Y ella llegó de
manera anticipada! Vino invitada por mi insensatez. En vez de reposar en sus
brazos, ella ahora hacía arder mi conciencia. En el auge de mi angustia, yo me
preguntaba:
– ¿Cuánto
tiempo tendré que permanecer en esta situación? ¿Permaneceré aquí hasta que el
llamado tren de la muerte pase? ¿Será que voy? ¿O será que me quedo?
Entonces, me
consolaba a mí mismo:
– ¡No
importa! Si voy, me libro de este mundo equivocado. Si permanezco, lo intento
otra vez.
Ante las
dudas que poblaban mi mente, afirmaba:
– ¡Tengo la
certeza de que la vida es eterna! Este es apenas un momento como cualquier
otro. Va a pasar, como todo pasó.
Estas
autoafirmaciones me reconfortaban.
Constantemente
buscaba encontrar las ventajas que aquella situación me proporcionaba.
Entonces, me decía:
– ¡Por lo
menos aquí no oigo los noticieros infames! No puedo beber, ni drogarme.
¡En aquel
momento, percibí que había olvidado el vicio! De cierta manera me sentía
reconfortado, pues al menos aquella situación me proporcionaba un bien
verdadero. El tiempo fue pasando…
Alguna que
otra vez, alguien venía a depositar flores sobre mi tumba; ellas parecían
ayudarme; sentía que su perfume atenuaba el mal olor de los huesos que restaban
de mi cuerpo. Recordé que un día un amigo y yo intentamos comunicarnos con las
plantas. Tal vez, por la importancia que les dimos en aquel día, ahora venían a
retribuirme, socorriéndome con su delicioso perfume.
Yo escuchaba
todo lo que pasaba en el cementerio; oí muchos gritos de desesperación. Muchas
veces me adormecí, pero las pesadillas me hacían despertar asustado. Soñé
varias veces que estaba junto a la familia. Desesperado, intentaba decirles que
estaba vivo, pero nadie me oía.
Entre sueños
y pesadillas, continué preso a aquel ataúd que se transformara en mi casa. Me
preguntaba a mí mismo:
– ¿Sería
esta mi última morada? ¿Jamás saldré de aquí?
Pero,
enseguida me respondía lleno de convicción:
– ¡No!
¡Tengo absoluta seguridad de que no! Yo no creo en las penas eternas. Pronto
estaré fuera de aquí.
No sé si era
intuición, pero yo tenía la más completa seguridad de que, en determinado
momento, yo saldría de allí. Intenté levantarme algunas veces, pero aún estaba
preso a aquella situación.”
Pido
disculpas al lector, pero tendré que transcribir aún algunos fragmentos de los
demás capítulos del libro, comenzando por, “Fuera de la Sepultura”.
“No sabía si
habían pasado algunos días, algunos meses o algunos años. Perdí completamente
la noción del tiempo, hasta que oí una voz que me llamaba:
– ¡Hola,
malandrín! ¿Te fue bien en el viaje?
Sabía que
era a mí a quien hablaban, pero no respondí. La voz continuó llamándome y riéndose
a carcajadas. Me recordaba a alguien conocido, pero la oscuridad era tanta, que
no podía verlo.
– ¿Qué pasa,
malandrín?, ¿vas a permanecer toda la vida ahí dentro de ese hueco? ¡Tu cuerpo
ya se pudrió! ¿Vas a esperar a que se pudra también tu espíritu? ¡Tú estás
vivo! ¡La muerte no existe! ¿No me ves a mí? Estoy de lo mejor. Aquí hay de
todo cuanto a la gente le gusta. ¡Vamos! Sal de ese hueco.
Una fuerza
extraña me empujó y yo salí de allí. Pasó un buen rato antes de que pudiese
recuperar la visión. Alguien me extendió la mano y me sostuvo por el brazo…
Era un
hombre cuya fisonomía llegaba a asustarme; intenté recordar de dónde le
conocía, pero no lo conseguí.
– ¿Estás
asustado, hermanazo? ¡No tengas miedo, yo domino esta región! Tú eres mi
invitado especial. ¡Yo soy tu admirador!
– ¿Quién
eres tú?
– Somos
viejos amigos, no te vas a acordar de mí, hace algunos siglos que nos
conocimos…
Sus
carcajadas me asustaban. Él continuó:
– Seguro que
pensaste que estabas en el infierno, pero el infierno sólo existe para los
débiles; estamos en el Paraíso. Yo gobierno esta parte de la ciudad. Te vas a
sentir muy bien aquí conmigo y con todos los que están bajo mis órdenes. ¡Ven!
Voy a enseñarte cómo se vive fuera del cuerpo.
Constreñido
y asustado seguí sus pasos hasta que salimos del cementerio. En la calle entré
en pánico. Salí corriendo sin saber a dónde; vagué no sé por cuánto tiempo;
estaba afligido; mis ropas estaban llenas de gusanos, cuanto más las sacudía,
más caían al suelo. (…) Necesitaba tomar un baño.”
De ahí en
adelante, queriendo higienizarse, se vio rodeado por una turba de espíritus
libertinos, los sexólatras, de acuerdo a la explicación del espíritu de una
mujer que aparentemente intentaba ayudarlo, obligándolo a salir corriendo, pues
juzgó encontrarse entre individuos profundamente drogados. En lugar de las ventanas
de la nariz, algunos de ellos sólo tenían un hueco, “y las venas de algunos
estaban tan inflamadas, que parecían expuestas. Yo sentía muchos dolores en los
pies; recordé que las últimas veces que me drogué, era en ellos que yo aplicaba
la droga. Los miré y estaban realmente hinchados y las venas sobresalientes.”
Oyendo
gritos y carcajadas estridentes, deseó regresar a su sepultura, la cual, si
existiese el infierno con toda seguridad era allí. Fue cuando pensó en Dios y
comenzó a llorar, arrepentido por lo que había hecho de con su vida, cayendo de
rodillas en el suelo húmedo, del cual surgían larvas y ciempiés que paseaban por
su cuerpo. Sintiendo dolores horribles, acabó desmayándose.
En el
capítulo “En el Valle de las Drogas”, de la Segunda Parte, he aquí lo que
afirma el autor:
“No sé por cuánto
tiempo permanecí dormido. Cuando regresé a la conciencia, algunos espíritus que
estaban allí se aproximaron a mí y me agarraron por los brazos; uno de ellos tomando
una jeringa hipodérmica con la aguja torcida y herrumbrada, comenzó a decir:
– ¡Cálmate!
Nosotros guardamos un poquito para ti.
Cuando él
iba a aplicarme la droga en el brazo, intenté reaccionar, pero estaba
impotente.
Grité,
desesperado:
– ¡Oh Dios,
perdóname! ¡Padre amado, te suplico que me libres de este infierno! ¡Ayúdame,
por favor!
Entonces,
¡surgió una luz en medio de las sombras! Vi a un joven que salía de aquella
intensa luz. Levantó el brazo y, en el mismo momento, los espíritus que
intentaban herirme se apartaron. El susto me devolvió la lucidez. Miré al joven
que, sonriendo me afirmó:
– Venga, voy
a llevarlo a un lugar donde podrá recuperarse con toda seguridad. ¡Venga! Deme
su mano.
Ayudado por
él, me levanté y comenzamos a caminar. Yo estaba cansado; casi no conseguía
andar. Sentía miedo. ¿Hacia dónde iría esta vez? Subimos y descendimos entre
piedras y rocas hasta que llegamos a un lugar parecido al anterior, pero menos
sombrío.
– ¿Quién es
usted? –pregunté.
– Soy un amigo.
El valle donde estaba es para aquellos que todavía están presos al vicio.
Mientras no demuestren voluntad para liberarse, continuarán allá. Aquí
convivirá con espíritus que ya están en trabajo de recuperación. Permanecerá en
este lugar hasta que elimine las toxinas que acumuló en su cuerpo espiritual.
– El tiempo
y la naturaleza se encargarán de eso.”
“Fue en
aquel lugar y en aquel momento” –prosigue– “cuando comenzó mi arduo y penoso
camino de regreso. Pasé mucho tiempo vomitando y arrastrándome entre aquellos
infelices como yo. Allí, arranqué de mis entrañas el resultado de mi ignominia
e insensatez. En los momentos de crisis más profundas y dolorosas recordaba mi
estupidez. Mi pecho parecía reventar de remordimiento. Sufrí mucho. Como si no
bastase mi sufrimiento, constantemente era tentado; de vez en cuando escuchaba,
como un eco en la conciencia, la voz de aquel hombre que me sacó de la sepultura.
– Me
decepcionaste. Pensé que eras de los fuertes, ahora veo cuán débil eres. (…)
Reacciona, malandrín, no te entregues, no sabes lo que te estás perdiendo. Tan
sólo llámame y te iré a buscar.”
Comprendiendo
que estaba siendo asediado por los dependientes químicos ya desencarnados, pero
persistentes en el vicio, concluyó:
“¡No voy a
ceder! Este es mi lugar, junto a mis merecidos tormentos.”
Mientras
tanto el tiempo fue pasando, habiendo asumido ya su calvario, fue sintiendo una
creciente mejoría, pudiendo observar de cerca a los espíritus que estaban allí.
“A pesar de
las marcas de los efectos de las drogas, la mayoría tenía una apariencia
juvenil. Una joven, con aire de timidez se aproximó a mí y me dijo:
– Mi nombre
es Rosa. Soy su admiradora. Yo adoraba asistir a sus presentaciones personales.
– ¡Gracias!
¿Hace mucho tiempo que está aquí? –pregunté.”
Rosa le
respondió que no lo sabía, pues donde se encontraba, todos perdían la noción
del tiempo, y ella verificaba que le parecía un siglo que había llegado allí,
después de consumir una gran dosis, por resentimiento contra su propia familia.
Pero dejemos que sea ella misma quien lo explique.
“Yo vivía
resentida con todo y con todos. Mis padres me dieron cuanto yo quería, menos lo
que yo más necesitaba. Ellos no tenían tiempo para mí. Yo vivía triste, hasta
que conocí a unos ‘amigos’ roqueros, que me ayudaron a tener un poco de
‘alegría’; fue cuando me volví su admiradora.”
Y observa
que pasando a depender de las drogas, su vida se volvió una pesadilla.
“En ese
momento. Rosa bajó la cabeza y comenzó a llorar.
Atraído por
nuestra conversación se aproximó a nosotros un grupo de más de una decena de
jóvenes. Uno de ellos, que parecía ser el líder del grupo, tomó a Rosa en los
brazos y me dijo:
– Mi nombre
es Ronaldo. ¡No se preocupe, ella pronto estará bien!
¡Sea
bienvenido al grupo de los conscientes!”
Agradecido,
el autor pregunta el motivo por el cual se llama así aquel lugar, y la
respuesta vino de inmediato:
“Somos los
que ya estamos de pie y caminamos manteniendo nuestra lucidez, pues como usted
ve, aún hay muchos que se arrastran, así como usted y yo nos arrastrábamos
hasta hace poco tiempo.”
Rosa, que ya
se recuperaba del llanto, aclaró la duda de por cuánto tiempo aquel grupo
permanecería allí. He aquí lo que ella dejó claro:
“– Yo
conversé con un espíritu que vino con un grupo llamado Los Samaritanos. Él me
informó que somos libres, podemos salir, basta que subamos por la cuesta del
valle y enseguida estaremos entre los encarnados, pero dijo que no es
aconsejable, pues estaríamos comprometiendo nuestra recuperación. Dijo también
que lo más importante para nosotros es que permanezcamos aquí hasta que se
alcance la completa desintoxicación causada por las drogas. Además, debemos rehabilitarnos
de las consecuencias de la muerte prematura. Ese día, ellos se llevaron a
muchos espíritus que ya estaban listos para iniciar una nueva fase del
tratamiento.”
Convencido
de que debería esperar, siempre trabajando en el bien, tuvo la oportunidad,
conjuntamente con Rosa, de ayudar a un espíritu que pedía socorro, pero
hablándole aún con cierta timidez:
“– Calma,
amigo, estamos aquí para ayudarle. Piense en Dios, confíe que usted va a salir
de esta.”
En
innumerables casos prestó ayuda, impresionándose con la aclaración sobre el
tiempo transcurrido después del desprendimiento del cuerpo de un espíritu
sufridor:
“– Siete
años, más o menos. Permaneció preso al cuerpo poco menos de un año, y hace más
de seis que está aquí. Ese tiempo hubiera sido mucho mayor si no hubiese
acumulado algunos méritos en el pasado.”
Zilio se
alegró cuando vio al primer joven, que había sido atendido por él y su equipo,
cuando se dispuso a trabajar. Santiago ya caminaba por el valle, habiendo
entrado al mundo de los conscientes. ¡Cuánta alegría! Y nos da explicaciones
bastante convincentes:
“Los
espíritus que se encontraban allí provenían de todas las clases sociales, pero
la gran mayoría la constituían jóvenes que vivían en el seno de familias de la
clase media alta. Casi todos registraban una gran carencia afectiva; eran
huérfanos de padres vivos. Tuvieron todo y al mismo tiempo no tuvieron nada.
Algunos de ellos estaban cursando carreras universitarias cuando sufrieron la interrupción
de la vida física. Por extraña ironía, en las facultades donde deberían haber
adquirido conocimientos para proyectar su futuro, conocieron las drogas y se proyectaron
hacia la muerte.”
Y dijo más:
“En ningún
momento encontramos la violencia en aquellos corazones en sufrimiento; la
mayoría era dócil a nuestra orientación.
Muchos se
recuperaban rápidamente. Lo que más se oía en aquel valle eran los gritos de
arrepentimiento y de saudades (nostalgia, añoranza) de los seres queridos. Sólo
algunos amenazaban con entrar por los caminos de la rebeldía, pero pronto se
calmaban.”
Y finaliza
el capítulo, aludiendo a la despedida de los que ya se encontraban en
condiciones de seguir hacia otros parajes espirituales:
“La
despedida era siempre un momento emocionante. La emoción era aún mayor cuando
partían algunos de aquellos a los cuales dedicamos nuestra atención y contribuimos
para que alcanzasen la recuperación necesaria para enfrentar una nueva jornada.
Fuera de las saudades de la Tierra, me sentía feliz allí. A fin de cuentas,
estaba siendo útil a mi semejantes”
Sinteticemos
al máximo los dos capítulos de la Tercera Parte.
En el
primero de ellos, “En la Colonia Escuela”, el autor describe su despedida de
los amigos del valle, y su llegada a una ciudad, en la cual había edificios,
jardines, personas andando por las calles y alamedas. Creyendo encontrarse en
la Tierra, fue orientado por Felipe, quien lo había acompañado en el viaje que
emprendieron en un “vehículo que comenzó a deslizarse o volar, realmente no lo
sé”, que se encontraban en una ciudad espiritual, en un lugar próximo a la
superficie terrestre, y que se trataba de una Colonia Escuela, “donde lo que se
aprende trasciende lo que aprendemos en las academias de la Tierra.”
Se instaló
en un apartamento, lleno de libros, de donde podía ver a través de la ventana,
–enfrente– un bellísimo paisaje que lo llevó a suponer que “estaba en el portal
de la eternidad.” Adquirió conocimientos introductorios a la Filosofía y al
Arte en uno de los libros que escogió para leer. Se reencontró con Helena, un
espíritu que había intentado ayudarlo cuando se encontraba aún en el plano
físico, para que no se dejase dominar por algunos espíritus que lo alienaron
durante siglos por compromisos inferiores.”
Sintiéndose
cansado, trató de controlar las emociones y se entregó a un sueño profundo.
En “Nuevas
Revelaciones”, da muestras de inmensa alegría recibiendo orientaciones de su
amigo Felipe, “sintiendo una sensación de eternidad; es como si realmente yo
hubiese nacido hace millares de años, dispuesto a continuar luchando, para que
se lograse, cuanto antes, la transformación de nuestro mundo.”
A cierta
altura, dice Felipe, su protector:
“– Zílio, mi
hermano, muchas veces estuvimos juntos viviendo experiencias difíciles en el
cuerpo físico. Nuestro gran error fue cometido en la vieja Lemuria, cuando nos
asociamos a un grupo de exilados como nosotros, que practicaba ceremonias macabras.
Con el poder que desarrolló, ese grupo provocaba la materialización de
espíritus inferiores, que venían a extraer el fluido vital de las víctimas
humanas sacrificadas en nuestros rituales. A cambio, esos espíritus poco
elevados obedecían ciegamente nuestra voluntad. Esos rituales estaban regados
por drogas producidas por verdaderos alquimistas de las tinieblas. El mal que causamos
a millares de seres nos costó siglos de sufrimientos y reparación.”
Fue informado
de todo lo que ocurría en la Colonia Espiritual, incluso de cómo era preparada
la alimentación servida a los espíritus.
Encontrándose
con otro viejo amigo, llamado Diógenes –de quien recibe asistencia médica–, oye
de Helena, la siguiente aclaración:
“– Zílio,
Diógenes es un viejo amigo nuestro, forma parte de nuestro grupo; en el pasado,
estábamos encarnados juntos. Rescatamos algunos de nuestros crímenes en las
hogueras y en los calabozos de la Inquisición.
Fueron
momentos importantes para nuestro grupo. Muchos de nosotros salimos de aquella
encarnación casi completamente redimidos.”
Zílio no se
consideró uno de ellos, pero recibió preciosas enseñanzas sobre una determinada
debilidad que, en todos nosotros, espíritus en evolución, supera a las otras, siendo
la de Zílio la rebeldía. Y el autor espiritual concluye el capítulo:
“Entendía
ahora cuánto vale la pena al hombre redimirse, incluso a costa de muchos
sufrimientos que, en verdad, nada significan ante la felicidad que se puede
alcanzar. Yo siempre imaginé que había algo más en la vida, pasé noches
devorando libros buscando la lógica del Universo, pero mi visión y mi
entendimiento, embotados por la materia, no me dejaban aceptar la posibilidad
de que nuestra realización mayor estuviese fuera de ella. Siempre creí en la
vida eterna, pero la literatura Espírita era para mí muy simplista. Ahora veo
que es en ella donde el hombre encontrará las coordenadas que podrán dirigir su
vida rumbo a la felicidad.”
De la Cuarta
Parte, estudiaremos los dos únicos capítulos, dando por concluida esta nuestro
recorrido a través de una obra tan importante como sencilla, de profundo valor
para los que hemos leído todos los libros de André Luiz y “Volví”, del Hermano
Jacob, recibidos por el inolvidable médium Francisco Cándido Xavier
(1910-2002), algunos en sociedad con Waldo Vieira. (1932-).
“El rescate
de Mirna” da continuidad al relato de lo que ocurre en la Colonia Espiritual
donde Zílio se encontraba, acompañado de Denius –otro colaborador más–, los
cuales se encargaron, con varios trabajadores del bien, de socorrer a Mirna,
que se encontraba presa en el Valle de los Placeres. En realidad, Helena, en un
ambiente de oración, encargó a Zílio que acompañase a Denius para la gran tarea
de rescatar a la hermana, que oraba pidiendo socorro.
Al atravesar
la portezuela que daba acceso al Reino de Mohara, Denius y el autor fueron
recibidos por un espíritu vestido con traje semejante al de los piratas, que
causó miedo a Zílio. Pero enseguida entraron en un lugar donde había una completa
depravación de las costumbres; pero Denius procuró advertir al amigo que ya
estaba por entrar en aquella faja negativa.
“Señor
Zílio, procure acordarse de nuestros amigos que están en este momento orando
por nosotros. […] ¡Mohara es un genio! Con su inteligencia, consiguió construir
un verdadero imperio en las tinieblas. Vive de trueques con los encarnados; cuando
desencarnan aquellos que él favoreció, llegan aquí y se tornan en sus súbditos
y esclavos.”
Ansioso por
encontrarse con Mirna, el amigo espiritual lo condujo a un local –el cementerio
de la ciudad–. Fue cuando el benefactor explicó a Zílio:
“– Ellos
llaman cementerio a este lugar porque aquí ellos abandonan a los espíritus que
ya no causan placer a nadie. Son aquellos que, movidos por el remordimiento,
buscan la anulación de sí mismos en una actitud auto punitiva.”
En medio de
tantos espíritus sufridores, el autor consideró:
“Yo no creía
lo que estaba viendo, pero, por otro lado, a mi entender quedó claro que Dios
no necesita juzgar a nadie, todos tenemos un tribunal en nuestra conciencia
donde somos nuestro propio juez y verdugo.”
Al
aproximarse un espíritu que se les aparecía como un reptil (lo que André Luiz
llama un caso de zoantropía), Denius esclareció:
“– Ese
hermano fue un político que traicionó la fe pública. Usó el poder que el Estado
le confirió para atender a su propio beneficio. Los recursos que administraba
no se destinaban a suplir los hospitales públicos para que prestasen servicio
de salud. Sumergido ahora en un profundo remordimiento, su mente está poblada
por los gritos desesperados de las víctimas de sus actitudes criminales.”
En medio de
otros espíritus en sufrimiento extremo, Denius creyó que lo más correcto era
retirar a Mirna de aquel ambiente horripilante, y salir junto a los grupos que
suben a la superficie, en busca de compañeros encarnados.
Y así
sucedió, fue llevada hasta el lugar indicado, entregándola a los cuidados de
Diógenes.
El autor,
regresando al apartamento con Felipe, le confesó:
“– Es como
si yo regresase de un sueño muy extraño. Jamás imaginé que pudiese existir un
lugar como aquel. Fue una experiencia increíble.”
Y Felipe
completó:
“– Así es,
Zílio, el sufrimiento es la forja que templa nuestras fuerzas. Hablando de eso,
el caldo está sobre la mesa; no se olvide de tomarlo, pues usted aún necesita
de él.”
Informado
que debería escribir para los encarnados, narrando su experiencia en el Plano Extra
físico, Zílio, ayudado por varios benefactores, comprendió que, de hecho, había
necesidad de que él transmitiese, a través de cierto instrumento Mediúmnico,
todo lo que vivió después de su desencarnación. Habiendo comprendido la
misericordia con que Dios, nuestro Padre de Bondad, cubre a todos sus hijos,
creados simples e ignorantes, pero dotados del libre albedrío.
Y Zílio,
feliz, concluyó el capítulo y el libro, con las siguientes palabras:
“A partir de
aquella noche, inicié mi trabajo. No fue una tarea fácil, pero conseguí llegar
hasta el final, gracias a la valerosa ayuda de Eduardo, –espíritu benefactor que
había sido designado para que cumpliese fielmente tal misión–. Espero que al
relatar mis experiencias después de la muerte física, ellas sirvan para ayudar
a muchos que, como yo, optaron por los caminos equivocados de las drogas y del
suicidio.
“¡Ahora, me
siento feliz! ¡Estoy viviendo de nuevo! ¡En las ilusiones de la vida, encontré
la muerte! ¡En la realidad de la muerte, descubrí la vida!
¡Viajeros de
la eternidad, vacíen su equipaje! ¡Porque en el último viaje, el destino es la
realidad!
Abandonen el
barco de la ilusión, desembarquen del tren de la quimera, porque después de la
gran confusión surgirá una nueva era.”
¡Que todos
podamos volver a leer las obras de Allan Kardec, deteniéndonos en “El Cielo y
el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo”, principalmente los
capítulos IV –“Espíritus Sufridores”– y el V – “Suicidas” – de la Segunda Parte,
todos los libros de André Luiz, de Emmanuel y de tantos otros Espíritus que,
por intermedio de nuestro Francisco Cándido Xavier, nos trajeron tanta luz,
entre otros el ya citado “Volví” del Hermano Jacobo, los libros de Ivonne A.
Pereira, comenzando por “Memorias de un Suicida”, del Espíritu Camilo Botelho, nuestro
viejo conocido Camilo Ferreira Botelho Castelo Branco (1825- 1890),
“Motociclistas en el Más Allá”, de Eurícledes Formiga y de diversos Espíritus,
además de “El Martirio de los Suicidas”, de Almerindo Castro! Finalmente, en lo
que se refiere al vampirismo de Espíritus alcohólicos, consultemos en la obra
“Volver del Mañana”, del Dr. George G. Ritchie y Elizabeth Sherrill, lo que el
ilustre psiquiatra estadounidense describe con relación a los dependientes del
alcohol, que está en pleno acuerdo con lo que se encuentra en el Capítulo VI de
“Sexo y Destino”, de André Luiz.
¿Qué más
añadir? Apenas pedir disculpas al querido lector por la extensión de este
artículo y por tratarse de un asunto aparentemente terrorífico para quien no
profundizó el estudio del Espiritismo, leyendo por lo menos la obra maestra de
Ernesto Bozzano, “La Crisis de la Muerte”, editado por la Federación Espírita
Brasileña.
Y que Jesús
nos bendiga, bendiciendo a los dependientes químicos, los cuales, según mi
modesta experiencia clínica de cuarenta y cinco años, no son otra cosa –según
André Luiz– que dueños de una mediumnidad torturada. Hermanos que nacieron para
trabajar con el Cristo, criaturas inteligentes y de buen corazón, pero, que debido
a su falta de vigilancia, se dejan envolver con los toxicómanos desencarnados,
que llegan a las sesiones de Desobsesión, casi siempre sin ninguna preparación,
requiriendo de todos nosotros, además de los debidos esclarecimientos, la
legítima compasión. La que tanto necesitamos para el debido cumplimiento de
nuestros deberes propendiendo a nuestra identificación con Jesús, aliado al imprescindible
estudio de las obras de Allan Kardec, en un clima constante de práctica del
Bien.
Dirección del Autor:
Elías Barbosa
Av. Terezinha Campos Waack, 370
38020- Barrio Jardim Alexandre Campos
UBERABA, Minas Gerais, Brasil.
Correo: eliasbarbosa34@terra.com.br