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OBJETIVOS: . Promover el estudio, la difusión y la práctica de la Doctrina Espírita, prestando atención fraterna a las personas, .que buscan esclarecimiento, orientación y amparo para sus problemas espirituales, morales y materiales; .y que quieran conocer y estudiar la Doctrina Espírita en sus aspectos científicos, filosóficos, sociales, morales, espirituales y religiosos.

martes, 28 de octubre de 2014

PRESO A SU PROPIA SEPULTURA

 “Mi muerte fue como una pesadilla: sentí un profundo entorpecimiento y perdí toda conciencia. Después de algún tiempo recobré la conciencia; parecía estar bien, hasta que percibí que algunas personas estaban colocándome en un ataúd. Intenté reaccionar, pero no conseguí moverme; grité diciendo que estaba vivo, pero nadie me oyó. Cuando cerraron el féretro, di golpes en la tapa intentando abrirla, pero mi esfuerzo era en vano; entonces, perdí el sentido.
No sé cuanto tiempo permanecí dormido; cuando volví en mí de nuevo, sentí que me colocaron en un vehículo y viajamos por algún tiempo. Los bamboleos del automóvil me marearon; comencé a sentirme mal; no tenía espacio para vomitar ni para moverme; me sentía sofocado. Cuando el coche paró, escuché que lloraban y gritaban mi nombre. Por el movimiento, percibí que debería ser allí el local del velatorio. Sacaron el ataúd del auto y cuando menos yo lo esperaba, abrieron la tapa. ¡Sentí un gran alivio! Intenté levantarme, pero no lo conseguí. Mucha gente se inclinó sobre mí para llorar.
¿Qué podría hacer yo? Ya lo había intentado todo para salir de allí. La única explicación que yo encontraba para aquel hecho es que yo estaba realmente muerto y mi espíritu preso al cuerpo que ya comenzaba a oler mal. Ante mi impotencia, tuve que aceptar aquella situación. Observé a cada persona que pasaba por mí lado. Me miraban piadosamente y lamentaban mi muerte. Casi todos los que pasaron por aquel desfile de lágrimas y de hipocresía decían la misma cosa.
–¡Qué pena, era tan joven!

 Otros cuchicheaban:
–Fueron las drogas las que lo destruyeron.
Después de algún tiempo, cerraron el cajón y me colocaron de nuevo en un automóvil; quedé atontado, y comencé a sentirme mal; por algunos momentos tuve la esperanza de que todo aquello podría ser sólo un sueño y que en aquel momento, yo iba a morir de verdad. Pero, apenas acabé desmayado. Cuando volví en mí, no sé cuánto tiempo después, escuché a algunas personas conversando. Por lo que hablaban, deduje que me estaban llevando para el cementerio; casi me venció la desesperación. Sentí un miedo terrible, principalmente cuando percibí que me estaban sepultando. No llegué a sufrir un ataque de pánico, pero recé todas las oraciones que yo había aprendido y eso de cierta forma me calmó.
Recordé toda mi vida desde que era un niño. Volví a ver todo mi pasado, era como si estuviese asistiendo a la proyección de una película en mi mente. A partir de aquel momento, en aquella profunda soledad, comencé a juzgar mis actitudes. ¡Fui un combatiente! Luché contra un sistema que no aceptaba y que me causaba indignación. Sin embargo, acabé siendo víctima de mí mismo y no del sistema que yo condenaba.”
Comprendió enseguida que el sufrimiento por el que pasaba, era propio de los suicidas.
“Era así mismo como yo me sentía, un suicida. Llevado por la rebeldía, recorrí el camino de las drogas hasta encontrar la muerte.”
Y se lamentaba:
“Pues, aunque el mundo me aborreciese, yo debía haber continuado en el buen combate.
Francamente, estaba equivocado, pues señalaba todo lo que estaba errado, pero no sabía indicar lo correcto; tenía buenas intenciones, pero con actitudes contradictorias; y que en vez de atacar y herir al sistema, debería haber contribuido para transformarlo.”
Añadiendo:
“No corrí tras el oro de los tontos, pero, en la cama de mi apartamento, permanecí acostado con la boca abierta, esperando que la muerte llegase. ¡Y ella llegó de manera anticipada! Vino invitada por mi insensatez. En vez de reposar en sus brazos, ella ahora hacía arder mi conciencia. En el auge de mi angustia, yo me preguntaba:
– ¿Cuánto tiempo tendré que permanecer en esta situación? ¿Permaneceré aquí hasta que el llamado tren de la muerte pase? ¿Será que voy? ¿O será que me quedo?
Entonces, me consolaba a mí mismo:
– ¡No importa! Si voy, me libro de este mundo equivocado. Si permanezco, lo intento otra vez.
Ante las dudas que poblaban mi mente, afirmaba:
– ¡Tengo la certeza de que la vida es eterna! Este es apenas un momento como cualquier otro. Va a pasar, como todo pasó.
Estas autoafirmaciones me reconfortaban.
Constantemente buscaba encontrar las ventajas que aquella situación me proporcionaba. Entonces, me decía:
– ¡Por lo menos aquí no oigo los noticieros infames! No puedo beber, ni drogarme.
¡En aquel momento, percibí que había olvidado el vicio! De cierta manera me sentía reconfortado, pues al menos aquella situación me proporcionaba un bien verdadero. El tiempo fue pasando…
Alguna que otra vez, alguien venía a depositar flores sobre mi tumba; ellas parecían ayudarme; sentía que su perfume atenuaba el mal olor de los huesos que restaban de mi cuerpo. Recordé que un día un amigo y yo intentamos comunicarnos con las plantas. Tal vez, por la importancia que les dimos en aquel día, ahora venían a retribuirme, socorriéndome con su delicioso perfume.
Yo escuchaba todo lo que pasaba en el cementerio; oí muchos gritos de desesperación. Muchas veces me adormecí, pero las pesadillas me hacían despertar asustado. Soñé varias veces que estaba junto a la familia. Desesperado, intentaba decirles que estaba vivo, pero nadie me oía.
Entre sueños y pesadillas, continué preso a aquel ataúd que se transformara en mi casa. Me preguntaba a mí mismo:
– ¿Sería esta mi última morada? ¿Jamás saldré de aquí?
Pero, enseguida me respondía lleno de convicción:
– ¡No! ¡Tengo absoluta seguridad de que no! Yo no creo en las penas eternas. Pronto estaré fuera de aquí.
No sé si era intuición, pero yo tenía la más completa seguridad de que, en determinado momento, yo saldría de allí. Intenté levantarme algunas veces, pero aún estaba preso a aquella situación.”
Pido disculpas al lector, pero tendré que transcribir aún algunos fragmentos de los demás capítulos del libro, comenzando por, “Fuera de la Sepultura”.
“No sabía si habían pasado algunos días, algunos meses o algunos años. Perdí completamente la noción del tiempo, hasta que oí una voz que me llamaba:
– ¡Hola, malandrín! ¿Te fue bien en el viaje?
Sabía que era a mí a quien hablaban, pero no respondí. La voz continuó llamándome y riéndose a carcajadas. Me recordaba a alguien conocido, pero la oscuridad era tanta, que no podía verlo.
– ¿Qué pasa, malandrín?, ¿vas a permanecer toda la vida ahí dentro de ese hueco? ¡Tu cuerpo ya se pudrió! ¿Vas a esperar a que se pudra también tu espíritu? ¡Tú estás vivo! ¡La muerte no existe! ¿No me ves a mí? Estoy de lo mejor. Aquí hay de todo cuanto a la gente le gusta. ¡Vamos! Sal de ese hueco.
Una fuerza extraña me empujó y yo salí de allí. Pasó un buen rato antes de que pudiese recuperar la visión. Alguien me extendió la mano y me sostuvo por el brazo…
Era un hombre cuya fisonomía llegaba a asustarme; intenté recordar de dónde le conocía, pero no lo conseguí.
– ¿Estás asustado, hermanazo? ¡No tengas miedo, yo domino esta región! Tú eres mi invitado especial. ¡Yo soy tu admirador!
– ¿Quién eres tú?
– Somos viejos amigos, no te vas a acordar de mí, hace algunos siglos que nos conocimos…
Sus carcajadas me asustaban. Él continuó:
– Seguro que pensaste que estabas en el infierno, pero el infierno sólo existe para los débiles; estamos en el Paraíso. Yo gobierno esta parte de la ciudad. Te vas a sentir muy bien aquí conmigo y con todos los que están bajo mis órdenes. ¡Ven! Voy a enseñarte cómo se vive fuera del cuerpo.
Constreñido y asustado seguí sus pasos hasta que salimos del cementerio. En la calle entré en pánico. Salí corriendo sin saber a dónde; vagué no sé por cuánto tiempo; estaba afligido; mis ropas estaban llenas de gusanos, cuanto más las sacudía, más caían al suelo. (…) Necesitaba tomar un baño.”
De ahí en adelante, queriendo higienizarse, se vio rodeado por una turba de espíritus libertinos, los sexólatras, de acuerdo a la explicación del espíritu de una mujer que aparentemente intentaba ayudarlo, obligándolo a salir corriendo, pues juzgó encontrarse entre individuos profundamente drogados. En lugar de las ventanas de la nariz, algunos de ellos sólo tenían un hueco, “y las venas de algunos estaban tan inflamadas, que parecían expuestas. Yo sentía muchos dolores en los pies; recordé que las últimas veces que me drogué, era en ellos que yo aplicaba la droga. Los miré y estaban realmente hinchados y las venas sobresalientes.”
Oyendo gritos y carcajadas estridentes, deseó regresar a su sepultura, la cual, si existiese el infierno con toda seguridad era allí. Fue cuando pensó en Dios y comenzó a llorar, arrepentido por lo que había hecho de con su vida, cayendo de rodillas en el suelo húmedo, del cual surgían larvas y ciempiés que paseaban por su cuerpo. Sintiendo dolores horribles, acabó desmayándose.
En el capítulo “En el Valle de las Drogas”, de la Segunda Parte, he aquí lo que afirma el autor:
“No sé por cuánto tiempo permanecí dormido. Cuando regresé a la conciencia, algunos espíritus que estaban allí se aproximaron a mí y me agarraron por los brazos; uno de ellos tomando una jeringa hipodérmica con la aguja torcida y herrumbrada, comenzó a decir:
– ¡Cálmate! Nosotros guardamos un poquito para ti.
Cuando él iba a aplicarme la droga en el brazo, intenté reaccionar, pero estaba impotente.
Grité, desesperado:
– ¡Oh Dios, perdóname! ¡Padre amado, te suplico que me libres de este infierno! ¡Ayúdame, por favor!
Entonces, ¡surgió una luz en medio de las sombras! Vi a un joven que salía de aquella intensa luz. Levantó el brazo y, en el mismo momento, los espíritus que intentaban herirme se apartaron. El susto me devolvió la lucidez. Miré al joven que, sonriendo me afirmó:
– Venga, voy a llevarlo a un lugar donde podrá recuperarse con toda seguridad. ¡Venga! Deme su mano.
Ayudado por él, me levanté y comenzamos a caminar. Yo estaba cansado; casi no conseguía andar. Sentía miedo. ¿Hacia dónde iría esta vez? Subimos y descendimos entre piedras y rocas hasta que llegamos a un lugar parecido al anterior, pero menos sombrío.
– ¿Quién es usted? –pregunté.
– Soy un amigo. El valle donde estaba es para aquellos que todavía están presos al vicio. Mientras no demuestren voluntad para liberarse, continuarán allá. Aquí convivirá con espíritus que ya están en trabajo de recuperación. Permanecerá en este lugar hasta que elimine las toxinas que acumuló en su cuerpo espiritual.
– El tiempo y la naturaleza se encargarán de eso.”
“Fue en aquel lugar y en aquel momento” –prosigue– “cuando comenzó mi arduo y penoso camino de regreso. Pasé mucho tiempo vomitando y arrastrándome entre aquellos infelices como yo. Allí, arranqué de mis entrañas el resultado de mi ignominia e insensatez. En los momentos de crisis más profundas y dolorosas recordaba mi estupidez. Mi pecho parecía reventar de remordimiento. Sufrí mucho. Como si no bastase mi sufrimiento, constantemente era tentado; de vez en cuando escuchaba, como un eco en la conciencia, la voz de aquel hombre que me sacó de la sepultura.
– Me decepcionaste. Pensé que eras de los fuertes, ahora veo cuán débil eres. (…) Reacciona, malandrín, no te entregues, no sabes lo que te estás perdiendo. Tan sólo llámame y te iré a buscar.”
Comprendiendo que estaba siendo asediado por los dependientes químicos ya desencarnados, pero persistentes en el vicio, concluyó:
“¡No voy a ceder! Este es mi lugar, junto a mis merecidos tormentos.”
Mientras tanto el tiempo fue pasando, habiendo asumido ya su calvario, fue sintiendo una creciente mejoría, pudiendo observar de cerca a los espíritus que estaban allí.
“A pesar de las marcas de los efectos de las drogas, la mayoría tenía una apariencia juvenil. Una joven, con aire de timidez se aproximó a mí y me dijo:
– Mi nombre es Rosa. Soy su admiradora. Yo adoraba asistir a sus presentaciones personales.
– ¡Gracias! ¿Hace mucho tiempo que está aquí? –pregunté.”
Rosa le respondió que no lo sabía, pues donde se encontraba, todos perdían la noción del tiempo, y ella verificaba que le parecía un siglo que había llegado allí, después de consumir una gran dosis, por resentimiento contra su propia familia. Pero dejemos que sea ella misma quien lo explique.
“Yo vivía resentida con todo y con todos. Mis padres me dieron cuanto yo quería, menos lo que yo más necesitaba. Ellos no tenían tiempo para mí. Yo vivía triste, hasta que conocí a unos ‘amigos’ roqueros, que me ayudaron a tener un poco de ‘alegría’; fue cuando me volví su admiradora.”
Y observa que pasando a depender de las drogas, su vida se volvió una pesadilla.
“En ese momento. Rosa bajó la cabeza y comenzó a llorar.
Atraído por nuestra conversación se aproximó a nosotros un grupo de más de una decena de jóvenes. Uno de ellos, que parecía ser el líder del grupo, tomó a Rosa en los brazos y me dijo:
– Mi nombre es Ronaldo. ¡No se preocupe, ella pronto estará bien!
¡Sea bienvenido al grupo de los conscientes!”
Agradecido, el autor pregunta el motivo por el cual se llama así aquel lugar, y la respuesta vino de inmediato:
“Somos los que ya estamos de pie y caminamos manteniendo nuestra lucidez, pues como usted ve, aún hay muchos que se arrastran, así como usted y yo nos arrastrábamos hasta hace poco tiempo.”
Rosa, que ya se recuperaba del llanto, aclaró la duda de por cuánto tiempo aquel grupo permanecería allí. He aquí lo que ella dejó claro:
“– Yo conversé con un espíritu que vino con un grupo llamado Los Samaritanos. Él me informó que somos libres, podemos salir, basta que subamos por la cuesta del valle y enseguida estaremos entre los encarnados, pero dijo que no es aconsejable, pues estaríamos comprometiendo nuestra recuperación. Dijo también que lo más importante para nosotros es que permanezcamos aquí hasta que se alcance la completa desintoxicación causada por las drogas. Además, debemos rehabilitarnos de las consecuencias de la muerte prematura. Ese día, ellos se llevaron a muchos espíritus que ya estaban listos para iniciar una nueva fase del tratamiento.”
Convencido de que debería esperar, siempre trabajando en el bien, tuvo la oportunidad, conjuntamente con Rosa, de ayudar a un espíritu que pedía socorro, pero hablándole aún con cierta timidez:
“– Calma, amigo, estamos aquí para ayudarle. Piense en Dios, confíe que usted va a salir de esta.”
En innumerables casos prestó ayuda, impresionándose con la aclaración sobre el tiempo transcurrido después del desprendimiento del cuerpo de un espíritu sufridor:
“– Siete años, más o menos. Permaneció preso al cuerpo poco menos de un año, y hace más de seis que está aquí. Ese tiempo hubiera sido mucho mayor si no hubiese acumulado algunos méritos en el pasado.”
Zilio se alegró cuando vio al primer joven, que había sido atendido por él y su equipo, cuando se dispuso a trabajar. Santiago ya caminaba por el valle, habiendo entrado al mundo de los conscientes. ¡Cuánta alegría! Y nos da explicaciones bastante convincentes:
“Los espíritus que se encontraban allí provenían de todas las clases sociales, pero la gran mayoría la constituían jóvenes que vivían en el seno de familias de la clase media alta. Casi todos registraban una gran carencia afectiva; eran huérfanos de padres vivos. Tuvieron todo y al mismo tiempo no tuvieron nada. Algunos de ellos estaban cursando carreras universitarias cuando sufrieron la interrupción de la vida física. Por extraña ironía, en las facultades donde deberían haber adquirido conocimientos para proyectar su futuro, conocieron las drogas y se proyectaron hacia la muerte.”
           
Y dijo más:
“En ningún momento encontramos la violencia en aquellos corazones en sufrimiento; la mayoría era dócil a nuestra orientación.
Muchos se recuperaban rápidamente. Lo que más se oía en aquel valle eran los gritos de arrepentimiento y de saudades (nostalgia, añoranza) de los seres queridos. Sólo algunos amenazaban con entrar por los caminos de la rebeldía, pero pronto se calmaban.”
Y finaliza el capítulo, aludiendo a la despedida de los que ya se encontraban en condiciones de seguir hacia otros parajes espirituales:
“La despedida era siempre un momento emocionante. La emoción era aún mayor cuando partían algunos de aquellos a los cuales dedicamos nuestra atención y contribuimos para que alcanzasen la recuperación necesaria para enfrentar una nueva jornada. Fuera de las saudades de la Tierra, me sentía feliz allí. A fin de cuentas, estaba siendo útil a mi semejantes”

Sinteticemos al máximo los dos capítulos de la Tercera Parte.
En el primero de ellos, “En la Colonia Escuela”, el autor describe su despedida de los amigos del valle, y su llegada a una ciudad, en la cual había edificios, jardines, personas andando por las calles y alamedas. Creyendo encontrarse en la Tierra, fue orientado por Felipe, quien lo había acompañado en el viaje que emprendieron en un “vehículo que comenzó a deslizarse o volar, realmente no lo sé”, que se encontraban en una ciudad espiritual, en un lugar próximo a la superficie terrestre, y que se trataba de una Colonia Escuela, “donde lo que se aprende trasciende lo que aprendemos en las academias de la Tierra.”
Se instaló en un apartamento, lleno de libros, de donde podía ver a través de la ventana, –enfrente– un bellísimo paisaje que lo llevó a suponer que “estaba en el portal de la eternidad.” Adquirió conocimientos introductorios a la Filosofía y al Arte en uno de los libros que escogió para leer. Se reencontró con Helena, un espíritu que había intentado ayudarlo cuando se encontraba aún en el plano físico, para que no se dejase dominar por algunos espíritus que lo alienaron durante siglos por compromisos inferiores.”
Sintiéndose cansado, trató de controlar las emociones y se entregó a un sueño profundo.
En “Nuevas Revelaciones”, da muestras de inmensa alegría recibiendo orientaciones de su amigo Felipe, “sintiendo una sensación de eternidad; es como si realmente yo hubiese nacido hace millares de años, dispuesto a continuar luchando, para que se lograse, cuanto antes, la transformación de nuestro mundo.”
A cierta altura, dice Felipe, su protector:
“– Zílio, mi hermano, muchas veces estuvimos juntos viviendo experiencias difíciles en el cuerpo físico. Nuestro gran error fue cometido en la vieja Lemuria, cuando nos asociamos a un grupo de exilados como nosotros, que practicaba ceremonias macabras. Con el poder que desarrolló, ese grupo provocaba la materialización de espíritus inferiores, que venían a extraer el fluido vital de las víctimas humanas sacrificadas en nuestros rituales. A cambio, esos espíritus poco elevados obedecían ciegamente nuestra voluntad. Esos rituales estaban regados por drogas producidas por verdaderos alquimistas de las tinieblas. El mal que causamos a millares de seres nos costó siglos de sufrimientos y reparación.”

Fue informado de todo lo que ocurría en la Colonia Espiritual, incluso de cómo era preparada la alimentación servida a los espíritus.
Encontrándose con otro viejo amigo, llamado Diógenes –de quien recibe asistencia médica–, oye de Helena, la siguiente aclaración:
“– Zílio, Diógenes es un viejo amigo nuestro, forma parte de nuestro grupo; en el pasado, estábamos encarnados juntos. Rescatamos algunos de nuestros crímenes en las hogueras y en los calabozos de la Inquisición.
Fueron momentos importantes para nuestro grupo. Muchos de nosotros salimos de aquella encarnación casi completamente redimidos.”
Zílio no se consideró uno de ellos, pero recibió preciosas enseñanzas sobre una determinada debilidad que, en todos nosotros, espíritus en evolución, supera a las otras, siendo la de Zílio la rebeldía. Y el autor espiritual concluye el capítulo:
“Entendía ahora cuánto vale la pena al hombre redimirse, incluso a costa de muchos sufrimientos que, en verdad, nada significan ante la felicidad que se puede alcanzar. Yo siempre imaginé que había algo más en la vida, pasé noches devorando libros buscando la lógica del Universo, pero mi visión y mi entendimiento, embotados por la materia, no me dejaban aceptar la posibilidad de que nuestra realización mayor estuviese fuera de ella. Siempre creí en la vida eterna, pero la literatura Espírita era para mí muy simplista. Ahora veo que es en ella donde el hombre encontrará las coordenadas que podrán dirigir su vida rumbo a la felicidad.”
De la Cuarta Parte, estudiaremos los dos únicos capítulos, dando por concluida esta nuestro recorrido a través de una obra tan importante como sencilla, de profundo valor para los que hemos leído todos los libros de André Luiz y “Volví”, del Hermano Jacob, recibidos por el inolvidable médium Francisco Cándido Xavier (1910-2002), algunos en sociedad con Waldo Vieira. (1932-).
“El rescate de Mirna” da continuidad al relato de lo que ocurre en la Colonia Espiritual donde Zílio se encontraba, acompañado de Denius –otro colaborador más–, los cuales se encargaron, con varios trabajadores del bien, de socorrer a Mirna, que se encontraba presa en el Valle de los Placeres. En realidad, Helena, en un ambiente de oración, encargó a Zílio que acompañase a Denius para la gran tarea de rescatar a la hermana, que oraba pidiendo socorro.
Al atravesar la portezuela que daba acceso al Reino de Mohara, Denius y el autor fueron recibidos por un espíritu vestido con traje semejante al de los piratas, que causó miedo a Zílio. Pero enseguida entraron en un lugar donde había una completa depravación de las costumbres; pero Denius procuró advertir al amigo que ya estaba por entrar en aquella faja negativa.
“Señor Zílio, procure acordarse de nuestros amigos que están en este momento orando por nosotros. […] ¡Mohara es un genio! Con su inteligencia, consiguió construir un verdadero imperio en las tinieblas. Vive de trueques con los encarnados; cuando desencarnan aquellos que él favoreció, llegan aquí y se tornan en sus súbditos y esclavos.”
Ansioso por encontrarse con Mirna, el amigo espiritual lo condujo a un local –el cementerio de la ciudad–. Fue cuando el benefactor explicó a Zílio:
“– Ellos llaman cementerio a este lugar porque aquí ellos abandonan a los espíritus que ya no causan placer a nadie. Son aquellos que, movidos por el remordimiento, buscan la anulación de sí mismos en una actitud auto punitiva.”
En medio de tantos espíritus sufridores, el autor consideró:
“Yo no creía lo que estaba viendo, pero, por otro lado, a mi entender quedó claro que Dios no necesita juzgar a nadie, todos tenemos un tribunal en nuestra conciencia donde somos nuestro propio juez y verdugo.”
Al aproximarse un espíritu que se les aparecía como un reptil (lo que André Luiz llama un caso de zoantropía), Denius esclareció:
“– Ese hermano fue un político que traicionó la fe pública. Usó el poder que el Estado le confirió para atender a su propio beneficio. Los recursos que administraba no se destinaban a suplir los hospitales públicos para que prestasen servicio de salud. Sumergido ahora en un profundo remordimiento, su mente está poblada por los gritos desesperados de las víctimas de sus actitudes criminales.”
En medio de otros espíritus en sufrimiento extremo, Denius creyó que lo más correcto era retirar a Mirna de aquel ambiente horripilante, y salir junto a los grupos que suben a la superficie, en busca de compañeros encarnados.
Y así sucedió, fue llevada hasta el lugar indicado, entregándola a los cuidados de Diógenes.
El autor, regresando al apartamento con Felipe, le confesó:
“– Es como si yo regresase de un sueño muy extraño. Jamás imaginé que pudiese existir un lugar como aquel. Fue una experiencia increíble.”
Y Felipe completó:
“– Así es, Zílio, el sufrimiento es la forja que templa nuestras fuerzas. Hablando de eso, el caldo está sobre la mesa; no se olvide de tomarlo, pues usted aún necesita de él.”
Informado que debería escribir para los encarnados, narrando su experiencia en el Plano Extra físico, Zílio, ayudado por varios benefactores, comprendió que, de hecho, había necesidad de que él transmitiese, a través de cierto instrumento Mediúmnico, todo lo que vivió después de su desencarnación. Habiendo comprendido la misericordia con que Dios, nuestro Padre de Bondad, cubre a todos sus hijos, creados simples e ignorantes, pero dotados del libre albedrío.
Y Zílio, feliz, concluyó el capítulo y el libro, con las siguientes palabras:
“A partir de aquella noche, inicié mi trabajo. No fue una tarea fácil, pero conseguí llegar hasta el final, gracias a la valerosa ayuda de Eduardo, –espíritu benefactor que había sido designado para que cumpliese fielmente tal misión–. Espero que al relatar mis experiencias después de la muerte física, ellas sirvan para ayudar a muchos que, como yo, optaron por los caminos equivocados de las drogas y del suicidio.
“¡Ahora, me siento feliz! ¡Estoy viviendo de nuevo! ¡En las ilusiones de la vida, encontré la muerte! ¡En la realidad de la muerte, descubrí la vida!
¡Viajeros de la eternidad, vacíen su equipaje! ¡Porque en el último viaje, el destino es la realidad!
Abandonen el barco de la ilusión, desembarquen del tren de la quimera, porque después de la gran confusión surgirá una nueva era.”
¡Que todos podamos volver a leer las obras de Allan Kardec, deteniéndonos en “El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo”, principalmente los capítulos IV –“Espíritus Sufridores”– y el V – “Suicidas” – de la Segunda Parte, todos los libros de André Luiz, de Emmanuel y de tantos otros Espíritus que, por intermedio de nuestro Francisco Cándido Xavier, nos trajeron tanta luz, entre otros el ya citado “Volví” del Hermano Jacobo, los libros de Ivonne A. Pereira, comenzando por “Memorias de un Suicida”, del Espíritu Camilo Botelho, nuestro viejo conocido Camilo Ferreira Botelho Castelo Branco (1825- 1890), “Motociclistas en el Más Allá”, de Eurícledes Formiga y de diversos Espíritus, además de “El Martirio de los Suicidas”, de Almerindo Castro! Finalmente, en lo que se refiere al vampirismo de Espíritus alcohólicos, consultemos en la obra “Volver del Mañana”, del Dr. George G. Ritchie y Elizabeth Sherrill, lo que el ilustre psiquiatra estadounidense describe con relación a los dependientes del alcohol, que está en pleno acuerdo con lo que se encuentra en el Capítulo VI de “Sexo y Destino”, de André Luiz.
¿Qué más añadir? Apenas pedir disculpas al querido lector por la extensión de este artículo y por tratarse de un asunto aparentemente terrorífico para quien no profundizó el estudio del Espiritismo, leyendo por lo menos la obra maestra de Ernesto Bozzano, “La Crisis de la Muerte”, editado por la Federación Espírita Brasileña.
Y que Jesús nos bendiga, bendiciendo a los dependientes químicos, los cuales, según mi modesta experiencia clínica de cuarenta y cinco años, no son otra cosa –según André Luiz– que dueños de una mediumnidad torturada. Hermanos que nacieron para trabajar con el Cristo, criaturas inteligentes y de buen corazón, pero, que debido a su falta de vigilancia, se dejan envolver con los toxicómanos desencarnados, que llegan a las sesiones de Desobsesión, casi siempre sin ninguna preparación, requiriendo de todos nosotros, además de los debidos esclarecimientos, la legítima compasión. La que tanto necesitamos para el debido cumplimiento de nuestros deberes propendiendo a nuestra identificación con Jesús, aliado al imprescindible estudio de las obras de Allan Kardec, en un clima constante de práctica del Bien.

Dirección del Autor:
Elías Barbosa
Av. Terezinha Campos Waack, 370
38020- Barrio Jardim Alexandre Campos
UBERABA, Minas Gerais, Brasil.

Correo: eliasbarbosa34@terra.com.br

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