DIOS Y LA EVOLUCIÓN
El objetivo de la evolución
es la libertad.
Desde las primeras
formas rudimentarias de la vida, ha sido la libertad la prueba que ha separado
a los seres destinados a asegurar la continuidad de la única rama que
evolucionó de las innumerables formas vivientes y fue finalmente coronado como
HOMBRE. Así, puede verse una Inteligencia que orienta la marcha de la evolución
como un todo y ha obrado desde la primera aparición de la vida en nuestro planeta.
Es una Inteligencia, cuya fuerza, distante y directriz, tiende a desarrollar un
ser provisto de una conciencia, una espiritualidad y una moralidad. Para
obtener ese objetivo esa Inteligencia obra en las leyes del mundo inorgánico y
del orgánico, culminando en la formación
del hombre, quien se ha separado y dejado retrasadas las otras especies, hasta
llegar a tener conciencia y DISCERNIMIENTO.
Este objetivo, final y
distante, hacia donde nos empuja al ley de evolución, deja ver bien claro la
intervención de una idea, de una Voluntad, de una Inteligencia suprema, que
hace imposible aceptar la hipótesis de la evolución de los seres,
particularmente del hombre, como un simple juego de fuerzas síquico – químicas.
Hijas de la casualidad (casualidad). La casualidad no podría nunca producir una
ley de evolución que impele al progreso a todos los seres particularmente al
hombre.
La evolución continúa.
La forma humana capaz de albergar el espíritu y de permitirle desarrollarse, se
ha encontrado. Después de haber obedecido por miles de siglos a leyes
inexorables, un grupo de seres vivientes se ha diferenciado biológicamente y se
haya frente a nuevas obligaciones. Nuevos órdenes se imponen, todos ellos
contradiciendo los precedentes, y restringiendo el campo de las alegrías
físicas del hombre. ¿Cómo le va a ser posible al hombre NO rebelarse contra esa
autoridad, que él no conoce, pero que instintivamente respeta? Le sucede como al caballo salvaje que
reacciona contra el freno, con la DIFERENCIA, que ÉL MISMO se ha impuesto ese
freno mientras conserva la libertad de aceptarlo o rechazarlo, y es entonces,
que el hombre viene a ser verdaderamente el dueño absoluto de su destino. Es de
este dominio basado en la libertad para escoger entre las satisfacciones de los
apetitos materiales o el vuelo rápido hacia la espiritualidad, es de este
dominio de dónde nace la dignidad del espíritu.
Una explicación de la
evolución de la vida debido a la casualidad es irrazonable e imposible de
sostenerse en nuestros días; pues no permite la incorporación del hombre y sus
actividades sicológicas, dentro del cuadro general de las cosas. La casualidad
no puede explicar el desarrollo progresivo y ascensional de la vida en todas
sus formas, y tendrá, por razón lógica, que negar este desarrollo.
Consecuentemente, tenemos que dirigir nuestra razón hacia otro punto: LA
CAUSALIDAD CON UN FIN PREDETERMINADO. Este punto nuevo lo hayamos al contemplar
la evolución desde su principio hasta su estado actual; esto es, cubriendo los
inmensos y largos periodos geológicos. Olvidemos, por un momento, los pequeños
detalles de la evolución, sus mecanismos (de los cuales conocemos muy poco) y
tratemos de contemplar el tremendo trabajo de la creación como un todo. No la
podemos observar desde el punto de vista estático, SINO dinámico; fijándonos,
desde el organismo más elemental hasta el hombre con las increíbles
manifestaciones de su cerebro. Al interpretar el fenómeno de la evolución y sus
mecanismos, tenemos que poner especial cuidado en evitar ideas antropomorfas;
esto es, ideas traídas de nuestra humana experiencia y nuestra humana manera de
pensar; “porque el hombre siempre tiende a inyectar su manera de pensar y sus
propias reacciones en todo problema.
Al estudiar la evolución
a la cual pertenecemos, tenemos que comprender que ésta es sólo un capítulo de
una historia que comenzó muchas “eternidades” atrás; que fue precedida por una
evolución inorgánica, que todavía se encuentra entre nosotros; que AQUELLA fue
precedida por otra cuando aún los átomos y las moléculas no existían; evolución
que conocemos muy poco porque ella sucedió (de acuerdo con las ideas
contemporáneas) hace más de DIEZ BILLONES de años atrás; y esta primera
evolución no obedecía, como la actual de átomos y electrones, a las mismas
leyes. Así, cada evento, cada fenómeno de la evolución podemos guiarlo hasta
dar con su origen centro de energía: esto es, de VIDA y de INTELIGENCIA.
Siguiendo este modo de
razonar, el luminoso Espíritu San Luis en el Libro de los Espíritus nos dio la
idea de Dios de la siguiente manera:
“Dios es la
inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas”.
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