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OBJETIVOS: . Promover el estudio, la difusión y la práctica de la Doctrina Espírita, prestando atención fraterna a las personas, .que buscan esclarecimiento, orientación y amparo para sus problemas espirituales, morales y materiales; .y que quieran conocer y estudiar la Doctrina Espírita en sus aspectos científicos, filosóficos, sociales, morales, espirituales y religiosos.

martes, 27 de enero de 2015

                              CAPITULO III                                    El Cielo

     1. La palabra cielo se aplica, en general, al espacio indefinido que circunda la Tierra, y más particularmente a la parte que está sobre nuestro horizonte. Su etimología es del latín coelum, formado del griego coilos, hueco, cóncavo, ya que el cielo aparece a nuestra vista como una inmensa concavidad. Los antiguos creían que había varios cielos sobrepuestos, compuestos de materias sólidas y transparentes formando esferas concéntricas, cuyo centro era la Tierra. Esas esferas, girando alrededor de la Tierra, arrastraban consigo los astros que encontraban a su paso.

    Esa idea, que procedía de la insuficiencia de los conocimientos astronómicos, fue la de todas las teogonías que clasificaron los cielos, así escalonados, en varios grados de beatitud, y el último era la mansión de la suprema felicidad. Según la opinión más general había siete, de ahí la expresión estar en el séptimo cielo para expresar la dicha perfecta. Los musulmanes admiten nueve, en cada uno de los cuales se aumenta la felicidad de los creyentes. El astrónomo Ptolomeo 2 contaba once, de los cuales el último era llamado Empíreo 2 por la luz brillante que allí hay. Este es todavía el nombre poético dado a la mansión de la gloria eterna. La teología cristiana reconoce tres cielos: el primero es el de la región del aire y de las nubes; el segundo es el espacio en el que se mueven los astros; el tercero, más allá de la región de los astros, es la mansión del Todopoderoso y de los elegidos, que contemplan a Dios cara a cara. Según esta creencia, se dice que san Pablo fue arrebatado al tercer cielo.

     1. Ptolomeo vivía en Alejandría, Egipto, en el segundo siglo de la Era cristiana.
     2. Del griego pur o pyr, fuego.

     2. Las diferentes doctrinas, respecto a la mansión de los bienaventurados, descansan todas sobre el doble error de creer que la Tierra es el centro del Universo, y que la región de los astros está limitada. Más allá de ese límite imaginario es donde todos han colocado aquella mansión feliz y la residencia del Todopoderoso. ¡Singular anomalía que coloca al Autor de todas las cosas, al que las gobierna todas, en los confines de la Creación, y no en el centro desde donde la irradiación de su pensamiento podría extenderse a todo!


    3. La ciencia, con la inexorable lógica de los hechos y de la observación, llevó su antorcha hasta las profundidades del espacio y manifestó la incoherencia de todas esas teorías. La Tierra no es ya el eje del Universo, sino uno de los astros más pequeños que giran en la inmensidad. El mismo Sol no es más que el centro de un sistema planetario. Las estrellas son innumerables soles alrededor de los cuales giran innumerables mundos, separados por distancias apenas accesibles al pensamiento, aun cuando nos parezca que casi se tocan unos con otros. En este conjunto regido por las leyes eternas, en las que se manifiestan la sabiduría y el poder del Creador, la Tierra sólo aparece como un punto imperceptible, y uno de los menos favorecidos para la habitabilidad. Desde luego, uno se pregunta: ¿Por qué habría hecho Dios que la Tierra fuese el único asiento de la vida, y desterrado en ella a sus criaturas predilectas? Al contrario, todo manifiesta que la vida está en todas partes, y que la Humanidad es infinita como el Universo. Desde que la ciencia nos ha revelado mundos semejantes a la Tierra, quedó demostrado que Dios no pudo crearlos sin ningún fin. Debió poblarlos de seres dotados de inteligencia para gobernarlos.

     4. Las ideas del hombre están en proporción a lo que sabe, y, como todos los descubrimientos importantes, el de la constitución de los mundos debió dar a las ideas otra dirección: bajo el imperio de esos nuevos conocimientos, las creencias debieron modificarse. El cielo ha sido cambiado de sitio; la región de las estrellas, no teniendo límites, no puede ya servirle de mansión. ¿Dónde está, pues? A esta pregunta todas las religiones enmudecen.
El Espiritismo la resuelve demostrando el verdadero destino del hombre. Tomando por punto de partida la naturaleza de éste y los atributos de Dios, se llega a la conclusión de que partiendo de lo conocido, se llega a lo desconocido por una deducción lógica, sin mencionar las observaciones directas que el Espiritismo permite hacer.


     5. El hombre está compuesto de un cuerpo y de espíritu. El espíritu es el ser principal, el ser racional, el ser inteligente. El cuerpo es la envoltura material que viste temporalmente el espíritu para el cumplimiento de su misión en la Tierra y la ejecución del trabajo necesario para su adelanto. El cuerpo gastado se destruye, y el espíritu sobrevive a su destrucción. Sin el espíritu, el cuerpo no es más que materia inerte, como un instrumento privado del brazo que le hace obrar; pero sin el cuerpo, el espíritu lo es todo: vida e inteligencia. Dejando el cuerpo, vuelve al mundo espiritual del cual salió para encarnarse. Hay, pues, el mundo corporal, compuesto de espíritus encarnados, y el mundo espiritual, formado por los espíritus desencarnados.


    Los seres del mundo corporal, por el mismo hecho de tener una envoltura material, han de residir en la Tierra o en otro planeta cualquiera. El mundo espiritual está en todas partes, alrededor nuestro y en el espacio, puesto que no tiene límites. En razón a la naturaleza fluídica de su envoltura, los seres que la componen, en lugar de arrastrarse penosamente por el suelo, traspasan las distancias con la rapidez del pensamiento. La muerte del cuerpo es la rotura de los lazos que los cautivaba. 


     6. Los espíritus son creados sencillos e ignorantes, pero con la oportunidad de adquirirlo todo y progresar, en virtud de su libre albedrío. A través del progreso adquieren nuevos conocimientos, nuevas facultades, nuevas percepciones, y como consecuencia, nuevos goces y comprenden lo que los espíritus atrasados no pueden ni oír, ni ver, ni sentir, ni comprender. La dicha está en proporción al progreso obtenido, de manera que, de dos espíritus, uno puede no ser tan feliz como el otro únicamente porque no está tan adelantado intelectual y moralmente, sin que deban estar cada uno en distinto sitio. Aunque ambos estén juntos, uno puede estar en tinieblas, mientras que todo puede ser resplandeciente para el otro; ocurre lo mismo entre un ciego y una persona que ve que se dan la mano: este último percibe la luz que no produce impresión alguna en el ciego. La dicha de los espíritus, siendo inherente a las cualidades que poseen, la toman en donde la encuentra, en la superficie de la Tierra, en medio de los encarnados o en el espacio.


    Una comparación vulgar hará comprender aún mejor esta situación. En un concierto se encuentran dos hombres. El primero es un buen músico, con oído fino, el segundo sin conocimientos musicales y con poco oído. El primero experimenta una sensación muy agradable mientras que el segundo se queda insensible, porque el uno comprende y percibe lo que no produce impresión alguna en el otro. Así sucede con todos los goces de los espíritus: están en proporción de su aptitud para sentirlos. El mundo espiritual tiene en todas partes esplendores, armonías y sensaciones que los espíritus inferiores, todavía sometidos a la influencia de la materia, ni aún vislumbran, y sólo los espíritus purificados lo perciben.


     7. El progreso de los espíritus es fruto de su propio trabajo, pero como son libres, trabajan para su adelanto con más o menos actividad o negligencia, según su voluntad. Adelantan o detienen así su progreso, y por consiguiente, su dicha. Mientras que unos adelantan rápidamente, otros se estacionan durante muchos siglos en rangos inferiores. Son, pues, los autores de su propia situación, feliz o desgraciada, según estas palabras de Cristo: “¡A cada uno según sus obras!” Todo espíritu que queda rezagado, sólo debe culparse a sí mismo, así como al que adelanta le corresponde el mérito de ello. La dicha, que es obra suya, tiene a sus ojos un gran precio.


     La bienaventuranza suprema sólo es peculiar de los espíritus perfectos, es decir, de los espíritus puros. Sólo la alcanzan después de haber progresado en inteligencia y moralidad.
El progreso intelectual y el progreso moral rara vez marchan a la par, pero lo que el espíritu no hace en un tiempo, lo hace en otro, de manera que los dos progresos concluyen al llegar a un mismo nivel. Esta es la razón del por qué se ven frecuentemente hombres inteligentes e instruidos muy poco adelantados moralmente y viceversa.


     8. La encarnación es necesaria para alcanzar tanto el progreso moral como el intelectual del espíritu. El progreso intelectual, a través de la actividad que tiene que desplegar en su trabajo. El progreso moral, mediante la necesidad que los hombres tienen los unos de los otros. La vida social es la piedra de toque de las buenas y de las malas cualidades. La bondad, la maldad, la dulzura, la violencia, la benevolencia, la caridad, el egoísmo, la avaricia, el orgullo, la humildad, la sinceridad, la franqueza, la lealtad, la mala fe, la hipocresía, en una palabra, todo lo que constituye el hombre de bien o el perverso, tiene por móvil, por objeto y por estimulante, las relaciones del hombre con sus semejantes. Para el hombre que viviera solo, no habría ni vicios ni virtudes: si por el aislamiento se preserva del mal, anula del mismo modo el bien.

     9. Una sola existencia corporal es prácticamente insuficiente para que el espíritu pueda adquirir todo lo que le falta en bien y se deshaga de todo lo que es malo en él. El salvaje, por ejemplo, ¿podría quizá, en una sola encarnación, llegar al nivel moral e intelectual del hombre civilizado más adelantado? Esto es materialmente imposible. ¿Debe, pues, quedar eternamente en la ignorancia y la barbarie, y privado de los goces que sólo puede procurar el desarrollo de las facultades? El simple buen sentido rechaza tamaña suposición, que representaría, a la vez, la negación de la justicia y de la bondad de Dios y la de la ley progresiva de la Naturaleza. Por eso Dios, que es soberanamente justo y bueno, concede al espíritu todas las existencias necesarias para llegar al fin, que es la perfección.
 En cada nueva existencia, el espíritu trae lo que ha adquirido en las precedentes, en aptitudes, conocimientos intuitivos, inteligencia y moralidad. Cada existencia es así un paso adelante en la vía del progreso.3

    3. Véase la nota del Cap. I, n. º3.

    La encarnación es inherente a la inferioridad de los espíritus: no es necesaria para aquellos que traspasaron el límite y que progresan en el estado espiritual o en las existencias corporales de los mundos superiores, que nada tienen de la materialidad terrestre. La encarnación de estos seres superiores en mundos materializados es voluntaria, con el objeto de ejercer con los encarnados una acción más directa para el cumplimiento de la misión de la cual están encargados y por la cual deben estar cerca de ellos. Aceptan las vicisitudes y los padecimientos por abnegación.


    10. En el intervalo de las existencias corporales, el espíritu vuelve, por un tiempo más o menos largo, al mundo espiritual, en el cual es feliz o desgraciado según el bien o el mal que hizo. El estado espiritual es el estado normal del espíritu, ya que ese debe ser su estado definitivo, puesto que el cuerpo espiritual no muere, y el estado corporal sólo es transitorio y pasajero. En el estado espiritual, sobre todo, el espíritu recoge los frutos del progreso logrados por su trabajo realizado por la encarnación. También se prepara para nuevas luchas y toma las resoluciones que se esforzará en practicar a su vuelta a la Humanidad.
    El espíritu progresa igualmente en la erraticidad; Allí adquiere conocimientos especiales que no podría lograr en la Tierra, y sus ideas se modifican. El estado corporal y el espiritual son para él el origen de dos géneros de progreso solidarios el uno con el otro, y por eso pasa alternativamente por estos dos modos de existencia.


    11. La reencarnación puede verificarse en la Tierra o en otros mundos. Entre los mundos, hay unos más adelantados que otros donde la existencia se cumple en condiciones menos penosas que en la Tierra, física y moralmente. Pero en ellos sólo son admitidos los espíritus llegados a un grado de perfección acorde con el estado de aquellos mundos.
    La vida en los mundos superiores es ya una recompensa porque allí no se sufren los males y las vicisitudes con las cuales se lucha aquí en la Tierra. Los cuerpos, menos materiales, casi fluídicos, no están expuestos ni a las enfermedades ni a los accidentes, ni incluso a las necesidades Estando excluidos de allí los malos espíritus, los hombres viven en paz, sin otro cuidado que el de su adelanto por el trabajo de la inteligencia. Allí impera la verdadera fraternidad porque no hay egoísmo, la verdadera libertad porque no hay orgullo, la verdadera igualdad porque no hay desórdenes que reprimir ni ambiciosos que quieran oprimir al débil. Estos mundos comparados con la Tierra son verdaderos paraísos; son etapas del camino del progreso que conduce al estado definitivo. La Tierra es un mundo inferior destinado a la depuración de los espíritus imperfectos, y ésta es la razón por la cual domina el mal, hasta que Dios quiera hacer de este planeta una mansión de espíritus más adelantados. Así pues, el espíritu, progresando gradualmente a medida que se desarrolla, llega al apogeo de la felicidad. Pero antes de haber alcanzado el punto culminante de la perfección, goza de una dicha en proporción con su adelanto, del mismo modo que el niño disfruta de los placeres de su edad infantil, más tarde de los la de juventud, y finalmente los más sólidos de la edad madura.


    12. La felicidad de los espíritus bienaventurados no consiste en la ociosidad contemplativa, que sería, como a menudo se ha dicho, una terna y fastidiosa inutilidad. La vida espiritual, en todos los grados, es, por el contrario, una actividad constante; pero una actividad exenta de fatigas. La suprema dicha consiste en el goce de todos los esplendores de la Creación, que ninguna lengua humana podría expresar y que ni la imaginación más desarrollada podría concebir. Consiste en el conocimiento y la penetración de todas las cosas, en la carencia de todas las penas físicas y morales, en una satisfacción íntima, en una serenidad de alma que nada turba, en el amor puro que une todos los seres, resultado de ningún roce ni contacto con los malos, y, sobre todo, en la visión de Dios y en la contemplación de sus misterios revelados a los más dignos. Consiste también en las funciones, cuyo encargo es una dicha. Los espíritus puros son los mesías mensajeros de Dios para la transmisión y la ejecución de sus voluntades. Llevan a cabo las grandes misiones, presidiendo a la formación de los mundos y a la armonía general del Universo, cometido glorioso al cual se llega con la perfección. Los espíritus de rango más elevado son los únicos iniciados en los secretos de Dios, inspirándose en su pensamiento, puesto que son sus representantes directos.

    13. Las atribulaciones de los espíritus son proporcionadas a su adelanto, las luces que poseen, sus capacidades, su experiencia y al grado de confianza que inspiran al soberano Señor. Allí no existen los privilegios ni los favores que no sean premio del mérito: todo está medido con el peso de la justicia divina. Las misiones más importantes sólo son confiadas a los que Dios reconoce como capaces de llevarlas a cabo e incapaces de faltar a ellas o de comprometerlas. Mientras que a la vista de Dios, los más dignos componen el consejo supremo, la dirección de las infinitas evoluciones planetarias está confiada a jefes superiores, y a otros está conferida la de mundos especiales. Vienen después en el orden de adelanto y de la subordinación jerárquica las atribulaciones más restringidas de aquellos que presiden la marcha de los pueblos, la protección de las familias y de los individuos, el impulso de cada ramo de progreso, las diversas operaciones de la Naturaleza hasta los más ínfimos detalles de la Creación. En ese amplio y armonioso conjunto hay ocupaciones para todas las capacidades, aptitudes y buenas voluntades. Ocupaciones aceptadas con alegría, solicitadas con ardor, porque son un medio de adelanto para espíritus que aspiran a elevarse.


    14. Así como las grandes misiones son confiadas a los espíritus superiores, las hay de todos los grados de importancia, destinadas a los espíritus de diferentes rasgos; de lo que puede deducirse que cada encarnado tiene la suya, es decir, deberes que cumplir para el bien de sus semejantes, desde el padre de familia a quien incumbe el cuidado de hacer progresar a sus hijos, hasta el hombre de genio que aporta a la sociedad nuevos elementos de progreso. A menudo en esas misiones secundarias se encuentran debilidades, prevaricaciones, apartamientos, pero sólo perjudican al individuo y no al conjunto.


    15. Todas las inteligencias contribuyen, pues, a la obra general en cualquier grado que se encuentren, y cada una según la medida de sus fuerzas. Unas en el estado de encarnación, otras en el estado de espíritu. Todo es actividad, desde el pie hasta la cumbre de la escala. Todos instruyéndose, prestándose un mutuo apoyo, dándose la mano para llegar a la cima. Así se asienta la solidaridad entre el mundo espiritual y el mundo corporal, o dicho de otro modo, entre los hombres y los espíritus, entre los espíritus libres y los cautivos. Así se perpetúa y se consolidan, a través de la depuración y la continuidad de las relaciones, las simpatías verdaderas y los nobles afectos. En todas partes, pues, todo es vida y movimiento. Ni un rincón hay en el infinito que no esté poblado, ni una región que no sea incesantemente recorrida por innumerables legiones de seres radiantes, invisibles a los sentidos groseros de los encarnados, pero cuya contemplación llena de admiración y de la alegría a las almas libres ya de la materia. En todas partes, en fin, hay una dicha relativa para todos los progresos, para todos los deberes bien cumplidos. Cada uno lleva consigo los elementos de su dicha, en proporción a la categoría en que le coloca su grado de adelanto. La dicha radica en las cualidades propias de los individuos, y no en el estado material del centro en que se encuentran. La dicha está, pues, en todas partes donde haya espíritus capaces de ser felices, y no tiene ningún sitio señalado en el Universo. En cualquier lugar en que se encuentren los espíritus puros puede contemplarse la Divina Majestad, porque Dios está en todas partes.

   16. Sin embargo, la dicha no es personal, es decir, tan sólo para uno mismo. Si no procediese más que de nosotros mismos, si no pudiéramos compartirla con otros, sería una dicha egoísta y triste; y de aquí que también consista en la comunión de pensamientos que une a los seres simpáticos. Los espíritus felices, atraídos los unos hacia los otros por la similitud de ideas, gustos y sentimientos, forman amplios grupos o familias homogéneas, en medio de las cuales cada individualidad irradia con sus propias cualidades, y recoge los efluvios serenos y benéficos que dimanan del conjunto, cuyos miembros, tan pronto se separan para desempeñar su misión como se reúnen en un punto del espacio para compartir el resultado de sus trabajos, o alrededor de un espíritu de un rango más elevado para recibir sus advertencias e instrucciones.

   17. Si bien los espíritus están en todas partes, los mundos son los sitios en que se reúnen con preferencia según la analogía que existe entre ellos y los que los habitan. Alrededor de los mundos atrasados pululan los espíritus inferiores. La Tierra es todavía uno de estos últimos. Cada mundo tiene, pues, digámoslo así, su población propia de espíritus encarnados y desencarnados que progresan normalmente con la encarnación y la desencarnación de los mismos espíritus. Esa población es más material y grosera en los mundos inferiores, en los que los espíritus están más apegados a la materia, y más sutil y altruista en los mundos superiores. Pero, desde estos últimos mundos, centros de luz y de dicha, los espíritus misioneros se precipitan hacia los mundos inferiores para sembrar en éstos los gérmenes del progreso, llevar el consuelo y la esperanza, reanimar los ánimos abatidos por las pruebas de la vida, y a veces, encarnan en ellos para cumplir su misión con mayor eficacia.


   18. En esa inmensidad sin límites, ¿dónde está, pues, el cielo? En todas partes; ninguna valla le sirve de límites. Los mundos felices son las últimas estaciones que a él conducen. Las virtudes abren el camino, mientras que los vicios cierran su entrada.
   Al lado de este cuadro grandioso que puebla todos los rincones del Universo, que da a todos los componentes de la Creación un objeto y una razón de ser, ¡cuán pequeña y mezquina es la doctrina que circunscribe la Humanidad a un imperceptible punto del espacio, que nos la presenta empezando en un día con el mundo que la sustenta, no abrazando así más que un minuto en la eternidad! ¡Cuán triste, fría y helada es, cuando nos muestra el resto del Universo, antes, durante y después de la Humanidad terrestre sin vida, sin movimiento, como un inmenso desierto sumergido en el silencio! ¡Cuán desconsoladora es, según algunas doctrinas, que tan sólo destina a un pequeño número de elegidos a la contemplación perpetua, mientras que la mayoría de las criaturas quedan condenadas a padecimientos sin fin! ¡Cuán aflictiva es, para los corazones amorosos, por la barrera que interpone entre los muertos y los vivos! Las almas felices, se dice, sólo piensan en su dicha; y las que son desdichadas, en sus sufrimientos. ¿Qué tiene de extraño que el egoísmo domine en la Tierra, cuando nos lo enseñan en el cielo? ¡Cuán pequeña es entonces la idea que se da de la grandeza, del poderío y de la bondad de Dios!.
    ¡Cuán sublime es, por el contrario, la que de ella da el Espiritismo! ¡Cuánto dilata las ideas esta doctrina! ¡Cuánto amplía el pensamiento! Más, ¿quién nos asegura que es la verdadera? Ante todo, la razón, después la revelación, y por fin, su concordancia con el progreso de la ciencia. Entre dos doctrinas de las cuales una amengua y la otra desarrolla los atributos de Dios; de las que una está en desacuerdo y la otra en armonía con el progreso; de las que una queda rezagada y la otra marcha adelante, el buen sentido dice de qué lado está la verdad. Ante estas dos doctrinas, que cada uno, en su fuero interno, consulte sus aspiraciones, y una voz íntima le contestará: Las aspiraciones son la voz de Dios que no puede engañar a los hombres.

   19. Pero entonces, ¿por que Dios no les reveló toda la verdad desde el principio? Por la misma razón que no se enseña en la niñez lo que enseña en la edad madura. La revelación parcial era suficiente durante cierto período de la Humanidad; Dios la adecua a las fuerzas del espíritu. Los que reciben hoy una revelación más completa son los mismos espíritus que recibieron ya otra parcial en otros tiempos, pero que desde entonces han crecido en inteligencia.


   Antes que la ciencia hubiese revelado a los hombres las fuerzas de la Naturaleza, la constitución de los astros, el verdadero objeto y la formación de la Tierra, ¿cómo habrían podido comprender la inmensidad del espacio, la pluralidad de mundos? Antes de que la geología hubiese probado la formación de la Tierra, ¿cómo habrían podido desalojar de su centro el infierno y comprender el sentido alegórico de los seis días de la Creación? Antes de que la astronomía hubiese descubierto las leyes que rigen el Universo, ¿cómo habrían podido comprender que no hay ni alto ni bajo en el espacio, que el cielo no está encima de las nubes, ni limitado por las estrellas? Antes de la ciencia psicológica, ¿cómo habrían podido identificarse con la vida espiritual? ¿Concebir, después de la muerte, una vida feliz o desgraciada, a no ser en un sitio circunscrito y bajo una forma material? No; comprendiendo más por los sentidos que por el pensamiento, el Universo era demasiado vasto para su cerebro. Era necesario reducir a proporciones menos extensas para ponerlo a su alcance, aunque más adelante tuvieran que ensancharlo. Una revelación parcial tenía su utilidad: era prudente entonces; hoy es insuficiente. La falta de razón está en aquellos que, no teniendo en cuenta el progreso de las ideas, creen poder gobernar a los hombres de edad madura con los andadores de la niñez.
(Véase El Evangelio según el Espiritismo, Cáp. III.)


lunes, 19 de enero de 2015

1865– EL CIELO Y EL INFIERNO O
LA JUSTICIA DIVINA SEGÚN EL ESPIRITISMO

CONTIENE: El examen comparado de las doctrinas sobre el tránsito de la vida corporal a la vida espiritual, las penas y las recompensas futuras,los ángeles y los demonios, las penas eternas, etc., seguido de numerosos ejemplos sobre la situación real del alma durante y después de la muerte.

                               Capítulo 2

     Temor a la muerte

         Causas del temor a la muerte

        1. El hombre, a cualquier grado de la escala a que pertenezca, desde el estado salvaje, tiene el sentimiento innato del porvenir. Su intuición le dice que la muerte no es la última palabra de la existencia, y que aquellos cuya memoria recordamos no son perdidos para siempre. La creencia en el porvenir es intuitiva y muchísimo más generalizada que la del nihilismo. ¿A qué se debe, pues, que entre aquellos que creen en la inmortalidad del alma se encuentra todavía tanto apego a las cosas de la materia y tanto temor a la muerte?
       2. El temor a la muerte es un efecto de la sabiduría de la Providencia y una consecuencia del instinto de conservación, común a todos los seres vivientes. Es necesario, mientras, que el hombre no esté bastante enterado de las condiciones de la vida futura, como contrapeso a la propensión que, sin este freno, le induciría a dejar prematuramente la vida terrestre y descuidar el trabajo que debe servir para su adelanto.
      Por eso, para los pueblos primitivos el porvenir sólo es una vaga intuición. Más tarde, una sencilla esperanza, y después, una certeza, pero todavía neutralizada por un secreto apego a la vida corporal.
      3. A medida que el hombre comprende mejor la vida futura, el temor a la muerte disminuye. Pero al mismo tiempo comprende mejor su misión en la Tierra, y espera su fin con más calma, resignación y sin temor. La certeza de la vida futura da otro curso a sus ideas, otro objeto a sus trabajos. Antes de tener certeza, sólo trabaja para la vida actual. Con esta certidumbre, trabaja en vista del porvenir sin descuidar el presente, porque sabe que su porvenir depende de la dirección más o menos buena que da al presente. La seguridad de volver a encontrar a sus amigos después de la muerte, de continuar las relaciones que tuvo en la Tierra, de no perder el fruto de ningún trabajo, de aumentar sin cesar en inteligencia y en perfección, le da la paciencia de esperar y el valor para soportar las fatigas momentáneas de la vida terrestre. La solidaridad que ve establecerse entre los difuntos y los vivientes, le hace comprender la que debe existir entre los vivos. La fraternidad tiene desde entonces su razón de ser y la caridad un objeto en el presente y en el porvenir.
      4. Para liberarse del temor a la muerte, hay que contemplar a ésta desde el verdadero punto de vista, es decir, haber penetrado, con el pensamiento, en el mundo espiritual y haberse formado del porvenir una idea lo más exacta posible, lo que manifiesta en el espíritu encarnado cierto desarrollo y cierta aptitud para desembarazarse de la materia. Para aquellos que no están lo suficientemente adelantados, la vida material es preferible a la vida espiritual.
     El hombre, interesándose por lo exterior, no ve la vida más que en el cuerpo, mientras que la vida real está en el alma. Estando el cuerpo privado de vida, cree que todo está perdido, y se desespera. Si en lugar de concentrar su pensamiento sobre el vestido exterior lo fijase en el origen de la vida, en el alma, que es el ser real que sobrevive a todo, se dolería menos de su cuerpo, origen de tantas miserias y dolores. Pero para esto se necesita una fuerza que el espíritu sólo adquiere con la madurez.

      El temor a la muerte procede, pues, de la insuficiencia de las nociones de la vida futura, pero manifiesta la necesidad de vivir, y el miedo de que la destrucción del cuerpo sea el fin de todo está provocado por el secreto deseo de la supervivencia del alma, todavía semioculta por la incertidumbre.
     El temor se debilita a medida que la certeza se forma, y desaparece cuando la certidumbre es completa.
     He aquí el lado providencial de la cuestión. Era prudente no deslumbrar al hombre cuya razón no era todavía lo bastante fuerte para soportar la perspectiva, demasiado positiva y seductora, de un porvenir que le habría hecho descuidar el presente, necesario a su adelantamiento material e intelectual.
     5. Este estado de cosas es mantenido y continuado por causas puramente humanas, que desaparecerán con el progreso. La primera es el aspecto bajo el cual está representada la vida futura, aspecto que bastaría a inteligencias poco adelantadas, pero que no puede satisfacer las exigencias de la razón de hombres que reflexionan. Luego, refieren estos, si se nos presentan como verdades absolutas principios contradictorios por la lógica y los datos positivos de la ciencia, es que no son tales verdades. De aquí, en algunos, la incredulidad, y en muchos, una creencia mezclada con la duda. La vida futura es para ellos una idea vaga, una probabilidad más que una certidumbre absoluta. Creen en ella, quisieran que así fuese, pero a pesar suyo dicen: “Sin embargo, ¿y si no fuese así? El presente es positivo, ocupémonos de él por de pronto, el porvenir vendrá por añadidura.”
     Y después, dicen: “¿Qué es en definitiva el alma? ¿Es un punto, un átomo, una chispa, una llama? ¿Cómo siente, cómo ve, cómo percibe?” El alma no es para ellos una realidad efectiva, sino una abstracción. Los seres que les son amados, reducidos al estado de átomos en su pensamiento, están, por decirlo así, perdidos para ellos, y no tienen ya a sus ojos las cualidades que los hacían amar. No comprenden ni el amor de una chispa, ni el que se puede tener por ella, y están medianamente satisfechos de ser transformados en nómadas. De aquí el regreso al positivismo de la vida terrestre, que tiene algo de más sustancial. El número de los que están dominados por estos pensamientos es considerable.
      6. Otra razón que une a los asuntos de la materia a los que creen más firmemente en la vida futura es la impresión que conservan de la enseñanza que se les dio en la niñez.
     El cuadro que de ella hace la religión no es, hay que convenir en ello, ni muy seductor, ni muy consolador. Por un lado se ven las contorsiones de los condenados, que expían en los tormentos y llamas sin fin sus errores de un momento, para quienes los siglos suceden a los siglos sin esperanza de alivio ni de piedad. Y lo que es todavía más despiadado para ellos, el arrepentimiento es ineficaz.
     Por otro lado, las almas lánguidas y atormentadas en el purgatorio esperan su libertad del buen querer de los vivos que rueguen o hagan rogar por ellas y no de sus esfuerzos para progresar.
      Estas dos categorías componen la inmensa mayoría de la población del otro mundo. Por encima se mece la muy reducida de los elegidos, gozando, durante la eternidad, de una beatitud contemplativa.
      Esta eterna inutilidad, preferible sin duda al no ser, no deja de ser, sin embargo, una fastidiosa monotonía. Así se ven, en las pinturas que representan los bienaventurados, figuras angelicales, pero que más manifiestan hastío que verdadera dicha.
      Este estado no satisface ni las aspiraciones, ni la idea instintiva del progreso que sólo parece ser compatible con la felicidad absoluta. Cuesta esfuerzo concebir que el salvaje ignorante, con inteligencia obtusa, por la sola razón de que fue bautizado, esté al nivel de aquel que llegó al más alto grado de la ciencia y de la moralidad práctica, después de largos años de trabajo. Es todavía más inconcebible que un niño muerto en muy tierna edad, antes de tener la conciencia de sí mismo y de sus actos, goce de iguales privilegios, por el solo hecho de una ceremonia en la que su voluntad no tiene participación alguna. Estos pensamientos no dejan de conmover a los más fervientes, por poco que reflexionen.
      7. El trabajo progresivo que se hace sobre la Tierra, no siendo tomado en cuenta para la dicha futura; la facilidad con que cree adquirir esa dicha mediante algunas prácticas exteriores; la posibilidad también de comprarla con dinero, sin reformar seriamente el carácter y las costumbres, dejan a los goces mundanos todo su valor. Más de un creyente manifiesta en su fuero interno que, puesto que su porvenir está garantizado con el cumplimiento de ciertas fórmulas, o por legados póstumos que de nada le privan, sería superfluo imponerse sacrificios a una privación cualquiera en provecho de otro, desde el momento en que podemos salvarnos trabajando cada uno para sí.
      Seguramente no piensan así todos, porque hay grandes y honrosas excepciones. Pero hay que convenir en que aquél es el pensamiento del mayor número, sobre todo de las masas poco instruidas, y que la idea que se tiene de las condiciones para ser feliz en el otro mundo desarrolla el apego a los bienes de éste, cuyo resultado es el egoísmo.
     8. Añadamos a lo citado que todo, en las costumbres, contribuye a mantener la afición a la vida terrestre y temer el tránsito de la tierra al cielo. La muerte sólo está rodeada de ceremonias lúgubres que más bien horrorizan sin que promuevan la esperanza.
     Si se representa la muerte es siempre bajo un aspecto lúgubre, nunca como un sueño de transición. Todos esos emblemas representan la destrucción del cuerpo, lo muestran horrible y descarnado, ninguno simboliza el alma desprendiéndose radiante de sus lazos terrenales. La salida para ese mundo más feliz únicamente está acompañada de las lamentaciones de los sobrevivientes, como si les sobreviniese la mayor desgracia a los que se van. Se les da un eterno adiós, como si nunca se les hubiera de volver a ver. Lo que se siente por ellos son los goces de la tierra, como si no debieran encontrar otros mayores. ¡Qué desgracia, se comenta, morir cuando se es joven, rico, feliz y se tiene ante sí un brillante porvenir!
     La idea de una situación más dichosa apenas se ofrece al pensamiento, porque no tiene en él raíces. Todo concurre, pues, a inspirar el espanto de la muerte en lugar de originar la esperanza. El hombre tardará mucho tiempo, sin duda, en deshacerse de las preocupaciones. Pero lo logrará a medida que su fe se consolide, y se forme una idea sana de la vida espiritual.
      9. La creencia vulgar coloca, además, a las almas en regiones apenas accesibles al pensamiento, en las que vienen a ser, en cierto modo, extrañas para los sobrevivientes: la iglesia misma pone entre ellas y estos últimos una barrera insuperable. Declara rotas todas las relaciones, e imposible toda comunicación. Si están en el infierno, no hay esperanza de poder volver a verlas, a no ser que uno mismo vaya. Si están entre los elegidos, la beatitud contemplativa las absorbe eternamente.
     Todo esto establece entre los muertos y los vivos tal distancia, que se considera la separación como eterna. Por esto se prefiere tener cerca de sí, sufriendo en la Tierra, los seres a quienes se ama, a verlos partir, aunque sea para el cielo. Además, el alma que está en el cielo, ¿es realmente feliz al ver, por ejemplo, a su hijo, su padre, su madre o sus amigos, arder eternamente?
                                         
  POR QUÉ LOS ESPÍRITAS NO TEMEN A LA MUERTE
     Palais Royal (Palacio Real). Paris. Francia
10. La Doctrina Espiritista varía completamente el modo de mirar el porvenir. La vida futura no es ya una hipótesis y sí una realidad. El estado de las almas después de la muerte no es ya un sistema, sino un resultado de la observación. El velo se ha descorrido, el mundo espiritual se nos manifiesta en toda su realidad práctica. No son los hombres los que lo han descubierto por el esfuerzo de una imaginación ingeniosa, sino los habitantes mismos de esos mundos que vienen a descubrirnos su situación. Los vemos allí en todos los grados de la escala espiritual, en todas las fases de la dicha y de la desgracia. Presenciamos todas las peripecias de la vida de ultratumba. Ésta es para los Espiritistas la causa de la serenidad con que miran la muerte, y de la calma de sus últimos instantes sobre la Tierra. Lo que les sostiene no es solamente la esperanza, sino la certidumbre. Saben que la vida futura no es más que la continuación de la vida presente en mejores condiciones, y la esperan con la misma confianza con que esperan la salida del sol después de una noche tempestuosa. Los movimientos de esta confianza están en los hechos de los que son testigos, y en la concordancia de estos con la lógica, la justicia y la bondad de Dios, y las aspiraciones íntimas del hombre.

      Para los espíritus el alma no es ya una abstracción. Tiene un cuerpo etéreo que hace de ella un ser definido, que el pensamiento abarca y comprende. Esto es ya mucho para fijar las ideas sobre su individualidad, sus aptitudes y sus percepciones. El recuerdo de aquellos seres queridos descansa sobre algo real y positivo. No nos los representamos ya como llamas fugitivas que nada recuerdan al pensamiento, sino bajo una forma concreta que nos los manifiesta mejor como seres vivos. Además, en lugar de estar perdidos en las profundidades del espacio, están a nuestro alrededor. El mundo corporal y el mundo espiritual están en perpetuas relaciones, y se asisten mutuamente. No cabiendo ya duda sobre el porvenir, el temor a la muerte no tiene razón de ser. Se la ve venir con serenidad, como a una libertadora, como la puerta de la vida y no como la de la nada.

lunes, 12 de enero de 2015

El Porvenir y la Nada

           Primer Capítulo del Libro “el Cielo y el infierno o la justicia Divina según el Espiritismo”       Allan Kardec

      1. -Vivimos, pensamos, actuamos: esto es positivo. Morimos: esto no es menos cierto. Pero cuando dejamos la Tierra, ¿adónde vamos? ¿En qué nos convertimos? ¿Estaremos mejor o peor? ¿Existiremos o no? Ser o no ser, tal es la alternativa. Ser para siempre o no ser nunca más; el todo o la nada. Viviremos eternamente o se acabará todo para siempre. Vale la pena que reflexionemos acerca de esto.
    Todos los hombres experimentan la necesidad de vivir, de gozar, de amar, de ser felices. Decidle, al que sabe que va a morir, que seguirá viviendo, que su hora ha sido pospuesta; decidle sobre todo que será más feliz de lo que nunca ha sido, y su corazón palpitará de alegría. Pero ¿de qué servirían esas aspiraciones de felicidad si un leve soplo pudiera hacer que se desvanezcan?
    ¿Habrá algo más desesperante que esa idea de la aniquilación absoluta? Los afectos preciados, la inteligencia, el progreso, el saber laboriosamente conquistado, ¡todo quedaría destrozado, todo estaría perdido! ¿Qué necesidad habría de esforzarnos para ser mejores, para reprimir nuestras pasiones, para ilustrar nuestro espíritu, si de todo eso no se recogiera fruto alguno y, sobre todo, si pensáramos que mañana, tal vez, ya no nos servirá en absoluto? Si fuese así, el destino del hombre sería cien veces peor que el de los irracionales, porque estos viven exclusivamente en el presente, con vistas a la satisfacción de sus apetitos materiales, sin aspiraciones para el porvenir. Una secreta intuición nos dice que eso no es posible.
    2. -Debido a la creencia en la nada, el hombre concentra forzosamente todos sus pensamientos en la vida presente. En efecto, sería ilógico que se preocupara por un porvenir del cual no espera nada. Esa preocupación exclusiva por el presente lo conduce naturalmente a pensar en sí mismo por encima de todo. Es, pues, el más poderoso incentivo del egoísmo, y el incrédulo es consecuente consigo mismo cuando llega a la siguiente conclusión: gocemos mientras estamos aquí, gocemos lo más posible, pues con la muerte todo se acaba; gocemos deprisa, porque no sabemos por cuánto tiempo estaremos vivos. Sucede lo mismo con esta otra conclusión, mucho más grave aún para la sociedad: gocemos a pesar de todo; cada cual para sí mismo; la felicidad, en este mundo, le pertenece al más astuto.
    Si el respeto humano sirve de contención a algunas personas, ¿qué freno habrá para los que no le temen a nada? Estos últimos creen que las leyes humanas sólo alcanzan a los tontos, razón por la cual utilizan todo su talento a fin de encontrar el mejor medio para eludirlas. Si existe una doctrina nociva y antisocial, esa es sin duda el nadaísmo2, porque destruye los auténticos lazos de solidaridad y fraternidad, sobre los que están fundadas las relaciones sociales.
    3. -Supongamos que, por alguna circunstancia, un pueblo entero adquiere la certeza de que en ocho días, en un mes o tal vez en un año será destruido; que no sobrevivirá ni un solo individuo, y que no quedará rastro alguno de su existencia después de la muerte. ¿Qué hará ese pueblo durante ese lapso? ¿Trabajará para mejorarse, para instruirse? ¿Se preocupará por vivir? ¿Respetará los derechos, los bienes, la vida de sus semejantes? ¿Se someterá a las leyes o a alguna autoridad, aunque sea la más legítima: la autoridad paterna? ¿Existirá para él algún deber? Por cierto que no. ¡Pues bien! Lo que no se da en conjunto, la doctrina de la nada lo realiza a diario individualmente. Si las consecuencias no son tan desastrosas como podrían serlo se debe, en primer término, a que en la mayoría de los incrédulos hay más fanfarronería que verdadera incredulidad, más duda que convicción, y a que le tienen más temor a la nada del que pretenden aparentar, ya que el calificativo de espíritus fuertes halaga a su amor propio. En segundo lugar, porque los incrédulos absolutos son una ínfima minoría; se someten, a pesar suyo, al ascendiente de la opinión contraria, y los mantiene una fuerza material. Pero si la incredulidad absoluta llegara algún día a ser mayoritaria, la sociedad caería en la disolución. A eso conduce la propagación de la doctrina de la nada.4
    Sean cuales fueren sus consecuencias, si el nadaísmo fuese una verdad habría que aceptarlo, pues ni los sistemas contrarios ni la idea de los males que derivan de él podrían impedir que exista. Ahora bien, no hay cómo negar que el escepticismo, la duda y la indiferencia ganan terreno día a día, a pesar de los esfuerzos de la religión. Esto es así. Si la religión no tiene poder contra la incredulidad, es porque le falta algo para combatirla, y en caso de que se condene a la inacción, en poco tiempo será inevitablemente superada. Lo que le falta en este siglo de positivismo, cuando se quiere comprender antes de creer, es la sanción de sus doctrinas por los hechos positivos; es también la concordancia de ciertas doctrinas con los datos positivos de la ciencia. Si ella dice blanco y los hechos dicen negro, es necesario optar entre la evidencia y la fe ciega.

     3 Esprit fort: Incrédulo. Persona que se jacta de no adherir a las ideas aceptadas por la mayoría, especialmente en materia de religión. (N. del T.)
     4 Un joven de dieciocho años estaba afectado por una enfermedad del corazón considerada incurable. La ciencia había dictaminado que podría morir dentro de ocho días o dos años, pero no más allá. En conocimiento del hecho, el joven abandonó de inmediato los estudios y se entregó a excesos de toda índole. Cuando le advertían que, dada su situación, una vida desordenada era peligrosa para su salud, respondía: “¡Qué me importa, si sólo tengo dos años de vida! ¿De qué me serviría preocuparme? Gozo lo poco que me queda y quiero divertirme hasta el final”. Esa es la consecuencia lógica de la creencia en la nada. Si ese joven fuese espírita, habría dicho: “La muerte sólo destruirá mi cuerpo, al que abandonaré como si fuera un traje gastado, pero mi Espíritu vivirá siempre. En la vida futura seré lo que yo mismo haya hecho de mí en esta vida. Nada de lo que en ella pueda obtener en cualidades morales e intelectuales estará perdido; al contrario, será otro tanto que gano para mi progreso. Cada imperfección de la que me libero es un paso más hacia la felicidad. Mi ventura o mi desdicha futuras dependen de la utilidad o la inutilidad de la existencia actual. Por lo tanto, me interesa aprovechar el poco tiempo que me resta y evitar todo lo que pueda disminuir mis fuerzas”.
   ¿Cuál de estas doctrinas es preferible? (N. de Allan Kardec.)

    4. En estas circunstancias el Espiritismo viene a poner un dique a la invasión de la incredulidad, no sólo mediante el razonamiento y la perspectiva de los peligros que esa incredulidad acarrea, sino por los hechos materiales, que permiten ver y tocar el alma y la vida futura.
    No cabe duda de que cada uno es libre de elegir su creencia. Podemos creer en algo o no creer en nada, pero quienes procuran hacer que prevalezca en el ánimo de las masas, en particular de los jóvenes, la negación del porvenir, apoyándose en la autoridad de su saber y en el ascendiente de su posición, siembran en la sociedad los gérmenes de la perturbación y la disolución, e incurren en una grave responsabilidad.
   5. Existe otra doctrina que niega ser materialista, porque admite la existencia de un principio inteligente fuera de la materia: es la doctrina de la absorción en el Todo Universal. Según esa doctrina, cada individuo asimila al nacer una porción de ese principio, que constituye su alma y le confiere vida, inteligencia y sentimiento. Por obra de la muerte, esa alma regresa al foco común y se pierde en lo infinito como una gota de agua en el océano.
   Sin duda, esta doctrina representa un paso adelante sobre el materialismo puro, puesto que admite algo, en tanto que este no admite nada. Sin embargo, las consecuencias son exactamente las mismas. Que el hombre esté sumergido en la nada o en un reservorio común es lo mismo para él. Si bien en el primer caso es aniquilado, en el segundo pierde su individualidad. Por consiguiente, es como si no existiera, dado que las relaciones sociales no por eso dejan de quebrarse definitivamente. Lo esencial para el hombre es la conservación de su yo. Sin él, ¡qué le importa ser o dejar de ser! El porvenir siempre carecerá de valor, y la vida presente será lo único que le interese y preocupe. Desde el punto de vista de las consecuencias morales, esta doctrina es tan nociva, desesperante y promotora del egoísmo como el materialismo propiamente dicho.
   6. Además, se le puede hacer la siguiente objeción: las gotas de agua tomadas del océano son semejantes y poseen idénticas propiedades, como partes de un mismo todo. ¿Por qué, entonces, las almas tomadas del gran océano de la inteligencia universal se parecen tan poco? ¿Por qué existe la genialidad al lado de la estupidez, y las virtudes más sublimes conviven con los vicios más despreciables? ¿Por qué encontramos la bondad, la dulzura, la mansedumbre, al lado de la maldad, la crueldad, la barbarie? ¿Cómo pueden ser tan diferentes entre sí las partes de un todo homogéneo? Habrá quien diga que eso se debe a que la educación las modifica. Pero en ese caso, ¿de dónde provienen las cualidades innatas, las inteligencias precoces, los instintos buenos y los malos, que no dependen de la educación, y que tantas veces son incompatibles con el medio en el que se desarrollan?
    No cabe duda de que la educación modifica las cualidades morales e intelectuales del alma. Con todo, aquí se presenta otra dificultad: ¿quiénes confieren al alma la educación a fin de que progrese? Lo hacen otras almas. Pero estas, por su origen común, no pueden ser más adelantadas que aquella. Por otra parte, cuando el alma vuelve a ingresar en el Todo Universal de donde había salido, con el progreso realizado durante la vida, aporta al Todo un elemento más perfecto. De ahí se sigue que ese Todo, con el paso del tiempo, se encontrará profundamente modificado para mejor. Así pues, ¿cómo se explica que sin cesar salgan de él almas ignorantes y perversas?
   7. En esta doctrina, la fuente universal de inteligencia que proporciona las almas humanas es independiente de la Divinidad. No es exactamente el panteísmo. El panteísmo propiamente dicho difiere por el hecho de que considera que el principio universal de la vida y la inteligencia constituyen la Divinidad. Dios es al mismo tiempo espíritu y materia. Todos los seres, todos los cuerpos de la naturaleza componen la Divinidad, de la cual son las moléculas y los elementos constitutivos. Dios es el conjunto de todas las inteligencias reunidas; y cada individuo, por ser una parte del todo, también es Dios. Ningún ser superior e independiente rige el conjunto, de modo que el universo es una inmensa república sin jefe o, más precisamente, una república donde cada cual es un jefe con poder absoluto.
   8. A este sistema pueden oponerse numerosas objeciones, de las cuales mencionaremos las principales: dado que no se puede concebir a la Divinidad sin infinitas perfecciones, cabe preguntarnos cómo es posible que un todo perfecto pueda estar formado por partes tan imperfectas y con la necesidad de progresar. Si cada parte está sometida a la ley del progreso, entonces el propio Dios debe progresar; y si Dios progresa en forma continua, entonces debió haber sido, en el origen de los tiempos, muy imperfecto. Ahora bien, ¿de qué modo un ser imperfecto, compuesto por voluntades e ideas tan divergentes, ha sido capaz de concebir las leyes tan armoniosas y admirables de unidad, sabiduría y previsión que rigen el universo? Si las almas son porciones de la Divinidad, todas ellas han participado en el dictado de las leyes de la naturaleza. ¿Cómo se explica, entonces, que se quejen en todo momento de esas leyes que son su obra? Para que una teoría sea aceptada como verdadera, debe cumplir con la condición de satisfacer la razón y explicar todos los hechos que abarca. Si un solo hecho la contradice, significa que no contiene la verdad absoluta.
   9. Desde el punto de vista moral, las consecuencias del panteísmo también carecen de lógica. En primer lugar, al igual que en el sistema precedente, las almas son absorbidas en un todo y pierden la individualidad. Si se admitiera, de acuerdo con la opinión de algunos panteístas, que las almas conservan su individualidad, Dios dejaría de tener una voluntad única, y sería un compuesto de miríadas de voluntades divergentes. Además, como cada alma sería parte integrante de la Divinidad, ninguna estaría sujeta a un poder superior y, por consiguiente, no tendría responsabilidad por sus actos, fueran buenos o malos. Dado que serían soberanas, las almas no tendrían interés alguno en la práctica del bien, y podrían hacer el mal impunemente.
   10. Aparte de que esos sistemas no satisfacen ni la razón ni las aspiraciones del hombre, de ellos derivan, como puede observarse, dificultades insuperables, pues son impotentes para resolver todas las cuestiones de hecho a que dan lugar. El hombre tiene, pues, tres alternativas: la nada, la absorción, y la individualidad del alma antes y después de la muerte. La lógica nos conduce de modo irresistible a la última de estas creencias, que ha constituido la base de todas las religiones desde que el mundo existe.
   Así como la lógica nos guía hacia la individualidad del alma, también nos indica esta otra consecuencia: el destino de cada alma depende de sus cualidades personales, pues sería irracional admitir que el alma atrasada del salvaje, así como la del hombre perverso, estuvieran en el mismo nivel de la del científico y la del hombre de bien. Según la justicia, las almas deben ser responsables de sus actos. No obstante, para que sean responsables es preciso que sean libres de elegir entre el bien y el mal. Sin el libre albedrío existe la fatalidad, y ante la fatalidad no podría haber responsabilidad.
   11. Todas las religiones han admitido, asimismo, el principio de la felicidad o la desdicha del alma después de la muerte, es decir, de las penas y los goces futuros, que se resume en la doctrina del Cielo y el Infierno, doctrina que se encuentra en todas partes. No obstante, en lo que difieren esencialmente es en cuanto a la naturaleza de las penas y los goces y, sobre todo, en lo relativo a las condiciones determinantes de unas y otros. De ahí los puntos de fe contradictorios que dieron origen a cultos diferentes, así como los deberes particulares impuestos por estos para honrar a Dios y, por ese medio, ganar el Cielo y evitar el Infierno.
   12. En sus orígenes, todas las religiones tuvieron que amoldarse al grado de adelanto moral e intelectual de los hombres. Estos, aún demasiado apegados a la materia para comprender el mérito de las cosas puramente espirituales, hicieron que la mayor parte de los deberes religiosos consistieran en el cumplimiento de fórmulas exteriores. Durante largo tiempo esas fórmulas satisficieron a su razón. Pero más tarde, cuando la luz se hizo en sus almas, sintieron el vacío que esas fórmulas dejaban, y como la religión no las llenaba, la abandonaron y se convirtieron en filósofos.
   13. Si la religión, apropiada en un principio a los limitados conocimientos de los hombres, hubiese acompañado siempre el movimiento progresivo del espíritu humano, no habría incrédulos, porque la necesidad de creer está en la naturaleza del hombre, y él crecerá a medida que reciba el alimento espiritual en armonía con sus necesidades intelectuales. El hombre quiere saber de dónde viene y hacia dónde va. Si se le muestra un objetivo que no se corresponde con sus aspiraciones y con la idea que él se ha formado de Dios, así como con los datos positivos que la ciencia le proporciona; y si además, para alcanzar ese objetivo, se le imponen condiciones cuya utilidad su razón impugna, rechazará todo. En ese caso, el materialismo y el panteísmo le parecen aún más racionales, porque con ellos al menos se razona y se discute. Se trata de un razonamiento falso, es verdad, pero el hombre prefiere razonar erróneamente a no razonar en absoluto.
Con todo, si se le presenta un porvenir cuyas condiciones sean lógicas, digno en todo de la grandeza, la justicia y la infinita bondad de Dios, el hombre abandonará el materialismo y el panteísmo, cuyo vacío siente en su fuero interior, y a los que sólo aceptó a falta de una doctrina mejor. El Espiritismo le brinda algo mejor, y por eso es admitido sin demora por todos los que están atormentados por la incertidumbre pungente de la duda, y que no hallan lo que buscan en las creencias ni en las filosofías tradicionales. El Espiritismo tiene a su favor la lógica del razonamiento y la sanción de los hechos, y por eso ha sido combatido en vano.
   14. El hombre cree instintivamente en el porvenir, pero como no contaba hasta ahora con una base firme para definirlo, su imaginación concibió los sistemas que dieron origen a la diversidad de creencias. La Doctrina Espírita acerca del porvenir no es una obra de la imaginación concebida con relativo ingenio, sino el resultado de la observación de hechos materiales que hoy se despliegan ante nuestra vista, de modo que congregará, como ya sucede, las opiniones divergentes o vacilantes y, por la fuerza de las cosas, poco a poco conducirá a la unidad de creencias sobre ese punto. Será una creencia que ya no se basará en una hipótesis, sino en una certeza. La unificación, lograda en torno al destino futuro de las almas, será el primer punto de contacto entre los diferentes cultos. Será, en primer lugar, un paso inmenso hacia la tolerancia religiosa y, más adelante, hacia la fusión completa.