El Porvenir
y la Nada
Primer Capítulo del Libro “el Cielo y el
infierno o la justicia Divina según el Espiritismo” Allan Kardec
1. -Vivimos, pensamos, actuamos: esto es
positivo. Morimos: esto no es menos cierto. Pero cuando dejamos la Tierra, ¿adónde vamos? ¿En
qué nos convertimos? ¿Estaremos mejor o peor? ¿Existiremos o no? Ser o no ser,
tal es la alternativa. Ser para siempre o no ser nunca más; el todo o la nada.
Viviremos eternamente o se acabará todo para siempre. Vale la pena que
reflexionemos acerca de esto.
Todos los hombres experimentan la necesidad
de vivir, de gozar, de amar, de ser felices. Decidle, al que sabe que va a
morir, que seguirá viviendo, que su hora ha sido pospuesta; decidle sobre todo
que será más feliz de lo que nunca ha sido, y su corazón palpitará de alegría.
Pero ¿de qué servirían esas aspiraciones de felicidad si un leve soplo pudiera
hacer que se desvanezcan?
¿Habrá algo más desesperante que esa idea
de la aniquilación absoluta? Los afectos preciados, la inteligencia, el
progreso, el saber laboriosamente conquistado, ¡todo quedaría destrozado, todo
estaría perdido! ¿Qué necesidad habría de esforzarnos para ser mejores, para reprimir
nuestras pasiones, para ilustrar nuestro espíritu, si de todo eso no se
recogiera fruto alguno y, sobre todo, si pensáramos que mañana, tal vez, ya no
nos servirá en absoluto? Si fuese así, el destino del hombre sería cien veces
peor que el de los irracionales, porque estos viven exclusivamente en el
presente, con vistas a la satisfacción de sus apetitos materiales, sin
aspiraciones para el porvenir. Una secreta intuición nos dice que eso no es
posible.
2. -Debido a la creencia en la nada, el
hombre concentra forzosamente todos sus pensamientos en la vida presente. En efecto,
sería ilógico que se preocupara por un porvenir del cual no espera nada. Esa
preocupación exclusiva por el presente lo conduce naturalmente a pensar en sí
mismo por encima de todo. Es, pues, el más poderoso incentivo del egoísmo, y el
incrédulo es consecuente consigo mismo cuando llega a la siguiente conclusión: gocemos
mientras estamos aquí, gocemos lo más posible, pues con la muerte todo se acaba;
gocemos deprisa, porque no sabemos por cuánto tiempo estaremos vivos. Sucede lo
mismo con esta otra conclusión, mucho más grave aún para la sociedad: gocemos a
pesar de todo; cada cual para sí mismo; la felicidad, en este mundo, le pertenece
al más astuto.
Si el respeto humano sirve de contención a
algunas personas, ¿qué freno habrá para los que no le temen a nada? Estos
últimos creen que las leyes humanas sólo alcanzan a los tontos, razón por la cual
utilizan todo su talento a fin de encontrar el mejor medio para eludirlas. Si
existe una doctrina nociva y antisocial, esa es sin duda el nadaísmo2, porque
destruye los auténticos lazos de solidaridad y fraternidad, sobre los que están
fundadas las relaciones sociales.
3. -Supongamos
que, por alguna circunstancia, un pueblo entero adquiere la certeza de que en
ocho días, en un mes o tal vez en un año será destruido; que no sobrevivirá ni
un solo individuo, y que no quedará rastro alguno de su existencia después de la
muerte. ¿Qué hará ese pueblo durante ese lapso? ¿Trabajará para mejorarse, para
instruirse? ¿Se preocupará por vivir? ¿Respetará los derechos, los bienes, la
vida de sus semejantes? ¿Se someterá a las leyes o a alguna autoridad, aunque
sea la más legítima: la autoridad paterna? ¿Existirá para él algún deber? Por
cierto que no. ¡Pues bien! Lo que no se da en conjunto, la doctrina de la nada
lo realiza a diario individualmente. Si las consecuencias no son tan
desastrosas como podrían serlo se debe, en primer término, a que en la mayoría
de los incrédulos hay más fanfarronería que verdadera incredulidad, más duda
que convicción, y a que le tienen más temor a la nada del que pretenden aparentar,
ya que el calificativo de espíritus fuertes halaga a su amor propio. En segundo
lugar, porque los incrédulos absolutos son una ínfima minoría; se someten, a
pesar suyo, al ascendiente de la opinión contraria, y los mantiene una fuerza
material. Pero si la incredulidad absoluta llegara algún día a ser mayoritaria,
la sociedad caería en la disolución. A eso conduce la propagación de la
doctrina de la nada.4
Sean cuales fueren sus consecuencias, si el
nadaísmo fuese una verdad habría que aceptarlo, pues ni los sistemas contrarios
ni la idea de los males que derivan de él podrían impedir que exista. Ahora
bien, no hay cómo negar que el escepticismo, la duda y la indiferencia ganan terreno
día a día, a pesar de los esfuerzos de la religión. Esto es así. Si la religión
no tiene poder contra la incredulidad, es porque le falta algo para combatirla,
y en caso de que se condene a la inacción, en poco tiempo será inevitablemente
superada. Lo que le falta en este siglo de positivismo, cuando se quiere comprender
antes de creer, es la sanción de sus doctrinas por los hechos positivos; es
también la concordancia de ciertas doctrinas con los datos positivos de la
ciencia. Si ella dice blanco y los hechos dicen negro, es necesario optar entre
la evidencia y la fe ciega.
3 Esprit fort: Incrédulo. Persona que se
jacta de no adherir a las ideas aceptadas por la mayoría, especialmente en
materia de religión. (N. del T.)
4 Un joven de dieciocho años estaba
afectado por una enfermedad del corazón considerada incurable. La ciencia había
dictaminado que podría morir dentro de ocho días o dos años, pero no más allá.
En conocimiento del hecho, el joven abandonó de inmediato los estudios y se entregó
a excesos de toda índole. Cuando le advertían que, dada su situación, una vida
desordenada era peligrosa para su salud, respondía: “¡Qué me importa, si sólo
tengo dos años de vida! ¿De qué me serviría preocuparme? Gozo lo poco que me queda
y quiero divertirme hasta el final”. Esa es la consecuencia lógica de la
creencia en la nada. Si ese joven fuese espírita, habría dicho: “La muerte sólo
destruirá mi cuerpo, al que abandonaré como si fuera un traje gastado, pero mi
Espíritu vivirá siempre. En la vida futura seré lo que yo mismo haya hecho de
mí en esta vida. Nada de lo que en ella pueda obtener en cualidades morales e
intelectuales estará perdido; al contrario, será otro tanto que gano para mi
progreso. Cada imperfección de la que me libero es un paso más hacia la felicidad.
Mi ventura o mi desdicha futuras dependen de la utilidad o la inutilidad de la
existencia actual. Por lo tanto, me interesa aprovechar el poco tiempo que me
resta y evitar todo lo que pueda disminuir mis fuerzas”.
¿Cuál de estas doctrinas es preferible? (N.
de Allan Kardec.)
4. En estas circunstancias el Espiritismo
viene a poner un dique a la invasión de la incredulidad, no sólo mediante el
razonamiento y la perspectiva de los peligros que esa incredulidad acarrea,
sino por los hechos materiales, que permiten ver y tocar el alma y la vida
futura.
No cabe duda de que cada uno es libre de
elegir su creencia. Podemos creer en algo o no creer en nada, pero quienes
procuran hacer que prevalezca en el ánimo de las masas, en particular de los jóvenes,
la negación del porvenir, apoyándose en la autoridad de su saber y en el
ascendiente de su posición, siembran en la sociedad los gérmenes de la perturbación
y la disolución, e incurren en una grave responsabilidad.
5. Existe otra doctrina que niega ser
materialista, porque admite la existencia de un principio inteligente fuera de
la materia: es la doctrina de la absorción en el Todo Universal. Según esa
doctrina, cada individuo asimila al nacer una porción de ese principio, que constituye
su alma y le confiere vida, inteligencia y sentimiento. Por obra de la muerte,
esa alma regresa al foco común y se pierde en lo infinito como una gota de agua
en el océano.
Sin duda, esta doctrina representa un paso
adelante sobre el materialismo puro, puesto que admite algo, en tanto que este
no admite nada. Sin embargo, las consecuencias son exactamente las mismas. Que
el hombre esté sumergido en la nada o en un reservorio común es lo mismo para
él. Si bien en el primer caso es aniquilado, en el segundo pierde su individualidad.
Por consiguiente, es como si no existiera, dado que las relaciones sociales no
por eso dejan de quebrarse definitivamente. Lo esencial para el hombre es la
conservación de su yo. Sin él, ¡qué le importa ser o dejar de ser! El porvenir
siempre carecerá de valor, y la vida presente será lo único que le interese y
preocupe. Desde el punto de vista de las consecuencias morales, esta doctrina
es tan nociva, desesperante y promotora del egoísmo como el materialismo
propiamente dicho.
6. Además, se le puede hacer la siguiente
objeción: las gotas de agua tomadas del océano son semejantes y poseen
idénticas propiedades, como partes de un mismo todo. ¿Por qué, entonces, las almas
tomadas del gran océano de la inteligencia universal se parecen tan poco? ¿Por
qué existe la genialidad al lado de la estupidez, y las virtudes más sublimes
conviven con los vicios más despreciables? ¿Por qué encontramos la bondad, la
dulzura, la mansedumbre, al lado de la maldad, la crueldad, la barbarie? ¿Cómo
pueden ser tan diferentes entre sí las partes de un todo homogéneo? Habrá quien
diga que eso se debe a que la educación las modifica. Pero en ese caso, ¿de
dónde provienen las cualidades innatas, las inteligencias precoces, los
instintos buenos y los malos, que no dependen de la educación, y que tantas
veces son incompatibles con el medio en el que se desarrollan?
No cabe duda de que la educación modifica
las cualidades morales e intelectuales del alma. Con todo, aquí se presenta
otra dificultad: ¿quiénes confieren al alma la educación a fin de que progrese?
Lo hacen otras almas. Pero estas, por su origen común, no pueden ser más
adelantadas que aquella. Por otra parte, cuando el alma vuelve a ingresar en el
Todo Universal de donde había salido, con el progreso realizado durante la
vida, aporta al Todo un elemento más perfecto. De ahí se sigue que ese Todo,
con el paso del tiempo, se encontrará profundamente modificado para mejor. Así
pues, ¿cómo se explica que sin cesar salgan de él almas ignorantes y perversas?
7. En esta doctrina, la fuente universal de
inteligencia que proporciona las almas humanas es independiente de la
Divinidad. No es exactamente el panteísmo. El panteísmo propiamente dicho difiere
por el hecho de que considera que el principio universal de la vida y la
inteligencia constituyen la Divinidad. Dios es
al mismo tiempo espíritu y materia. Todos los seres, todos los cuerpos de la
naturaleza componen la Divinidad, de la cual son las moléculas y los elementos
constitutivos. Dios es el conjunto de todas las
inteligencias reunidas; y cada individuo, por ser una parte del todo, también
es Dios. Ningún ser superior e independiente
rige el conjunto, de modo que el universo es una inmensa república sin jefe o,
más precisamente, una república donde cada cual es un jefe con poder absoluto.
8. A este sistema pueden oponerse numerosas
objeciones, de las cuales mencionaremos las principales: dado que no se puede concebir
a la Divinidad sin infinitas perfecciones, cabe preguntarnos cómo es posible
que un todo perfecto pueda estar formado por partes tan imperfectas y con la necesidad
de progresar. Si cada parte está sometida a la ley del progreso, entonces el
propio Dios debe progresar; y si Dios progresa en forma continua, entonces debió haber
sido, en el origen de los tiempos, muy imperfecto. Ahora bien, ¿de qué modo un
ser imperfecto, compuesto por voluntades e ideas tan divergentes, ha sido capaz
de concebir las leyes tan armoniosas y admirables de unidad, sabiduría y
previsión que rigen el universo? Si las almas son porciones de la Divinidad,
todas ellas han participado en el dictado de las leyes de la naturaleza. ¿Cómo se
explica, entonces, que se quejen en todo momento de esas leyes que son su obra?
Para que una teoría sea aceptada como verdadera, debe cumplir con la condición
de satisfacer la razón y explicar todos los hechos que abarca. Si un solo hecho
la contradice, significa que no contiene la verdad absoluta.
9. Desde el punto de vista moral, las
consecuencias del panteísmo también carecen de lógica. En primer lugar, al
igual que en el sistema precedente, las almas son absorbidas en un todo y pierden
la individualidad. Si se admitiera, de acuerdo con la opinión de algunos
panteístas, que las almas conservan su individualidad, Dios
dejaría de tener una voluntad única, y sería un compuesto de miríadas de
voluntades divergentes. Además, como cada alma sería parte integrante de la
Divinidad, ninguna estaría sujeta a un poder superior y, por consiguiente, no
tendría responsabilidad por sus actos, fueran buenos o malos. Dado que serían
soberanas, las almas no tendrían interés alguno en la práctica del bien, y
podrían hacer el mal impunemente.
10. Aparte de que esos sistemas no
satisfacen ni la razón ni las aspiraciones del hombre, de ellos derivan, como
puede observarse, dificultades insuperables, pues son impotentes para resolver todas
las cuestiones de hecho a que dan lugar. El hombre tiene, pues, tres alternativas:
la nada, la absorción, y la individualidad del alma antes y después de la
muerte. La lógica nos conduce de modo irresistible a la última de estas creencias,
que ha constituido la base de todas las religiones desde que el mundo existe.
Así como la lógica nos guía hacia la
individualidad del alma, también nos indica esta otra consecuencia: el destino
de cada alma depende de sus cualidades personales, pues sería irracional
admitir que el alma atrasada del salvaje, así como la del hombre perverso, estuvieran
en el mismo nivel de la del científico y la del hombre de bien. Según la
justicia, las almas deben ser responsables de sus actos. No obstante, para que
sean responsables es preciso que sean libres de elegir entre el bien y el mal.
Sin el libre albedrío existe la fatalidad, y ante la fatalidad no podría haber
responsabilidad.
11. Todas las religiones han admitido,
asimismo, el principio de la felicidad o la desdicha del alma después de la
muerte, es decir, de las penas y los goces futuros, que se resume en la
doctrina del Cielo y el Infierno, doctrina que se encuentra en todas partes. No
obstante, en lo que difieren esencialmente es en cuanto a la naturaleza de las
penas y los goces y, sobre todo, en lo relativo a las condiciones determinantes
de unas y otros. De ahí los puntos de fe contradictorios que dieron origen a cultos
diferentes, así como los deberes particulares impuestos por estos para honrar a
Dios y, por ese medio, ganar el Cielo y
evitar el Infierno.
12. En sus orígenes, todas las religiones
tuvieron que amoldarse al grado de adelanto moral e intelectual de los hombres.
Estos, aún demasiado apegados a la materia para comprender el mérito de las
cosas puramente espirituales, hicieron que la mayor parte de los deberes
religiosos consistieran en el cumplimiento de fórmulas exteriores. Durante
largo tiempo esas fórmulas satisficieron a su razón. Pero más tarde, cuando la
luz se hizo en sus almas, sintieron el vacío que esas fórmulas dejaban, y como
la religión no las llenaba, la abandonaron y se convirtieron en filósofos.
13. Si la religión, apropiada en un
principio a los limitados conocimientos de los hombres, hubiese acompañado
siempre el movimiento progresivo del espíritu humano, no habría incrédulos,
porque la necesidad de creer está en la naturaleza del hombre, y él crecerá a medida
que reciba el alimento espiritual en armonía con sus necesidades intelectuales.
El hombre quiere saber de dónde viene y hacia dónde va. Si se le muestra un
objetivo que no se corresponde con sus aspiraciones y con la idea que él se ha
formado de Dios, así como con los datos positivos que la ciencia le
proporciona; y si además, para alcanzar ese objetivo, se le imponen condiciones
cuya utilidad su razón impugna, rechazará todo. En ese caso, el materialismo y
el panteísmo le parecen aún más racionales, porque con ellos al menos se razona
y se discute. Se trata de un razonamiento falso, es verdad, pero el hombre
prefiere razonar erróneamente a no razonar en absoluto.
Con todo, si
se le presenta un porvenir cuyas condiciones sean lógicas, digno en todo de la
grandeza, la justicia y la infinita bondad de Dios,
el hombre abandonará el materialismo y el panteísmo, cuyo vacío siente en su
fuero interior, y a los que sólo aceptó a falta de una doctrina mejor. El Espiritismo
le brinda algo mejor, y por eso es admitido sin demora por todos los que están atormentados
por la incertidumbre pungente de la duda, y que no hallan lo que buscan en las
creencias ni en las filosofías tradicionales. El Espiritismo tiene a su favor la
lógica del razonamiento y la sanción de los hechos, y por eso ha sido combatido
en vano.
14. El hombre cree instintivamente en el
porvenir, pero como no contaba hasta ahora con una base firme para definirlo, su
imaginación concibió los sistemas que dieron origen a la diversidad de
creencias. La Doctrina Espírita acerca del porvenir no es una obra de la
imaginación concebida con relativo ingenio, sino el resultado de la observación
de hechos materiales que hoy se despliegan ante nuestra vista, de modo que congregará,
como ya sucede, las opiniones divergentes o vacilantes y, por la fuerza de las
cosas, poco a poco conducirá a la unidad de creencias sobre ese punto. Será una
creencia que ya no se basará en una hipótesis, sino en una certeza. La
unificación, lograda en torno al destino futuro de las almas, será el primer
punto de contacto entre los diferentes cultos. Será, en primer lugar, un paso
inmenso hacia la tolerancia religiosa y, más adelante, hacia la fusión
completa.
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