LOS GRANDES
PROBLEMAS;
EL UNIVERSO Y DIOS
Por encima de los problemas de la vida y del
destino sobresale la cuestión de DIOS.
Si estudiamos las leyes de la Naturaleza, si
perseguimos la belleza ideal en que todas las artes se inspiran, siempre y en
todas partes, por encima y más allá de todo, encontramos la idea de
un Ser Superior, necesario y perfecto, fuente eterna del bien, de la belleza y
de la verdad, en quien se identifica la ley, la justicia y la suprema razón.
El mundo, físico y moral, está gobernado por
leyes, y estas leyes denotan una inteligencia profunda de las cosas que rigen.
No proceden de una causa siega; el caos y la casualidad no pondrían el orden y
la armonía. No emanan de los hombres; unos seres pasajeros, limitados en
el tiempo y en el espacio, no podrían crear leyes permanentes y universales.
Para explicarlas lógicamente es preciso remontarse hasta el Ser generador de
todas las cosas. No se podría concebir la inteligencia sin personificarla en un
ser; pero este ser no viene a agregarse a la cadena de los seres...
Es el Padre de todos, la fuente misma de la vida.
La personalidad no debe entenderse aquí en
el sentido de un ser que posea una forma, sino más bien como un conjunto de
facultades que constituyen un todo consciente. La personalidad, en la más alta acepción
de la palabra es la conciencia, y en este sentido es en el que Dios es una persona
o más bien, la personalidad absoluta, y no un ser con una forma delimitada Dios
es infinito y no puede ser individualizado, esto es separado del mundo, ni
subsistir aparte.
El pensamiento humano; más
maduro, se ha alejado de las concepciones envejecidas, ha olvidado esos
fantasmas y los abusos cometidos en su nombre para dejarse llevar en un
transporte poderoso hacia la Razón eterna, hacia Dios, alma del mundo, núcleo
universal de vida y amor, en quien nos sentimos vivir como el pájaro vive en el
aire, como el pez vive en el océano, y por quien estamos ligados a todo cuanto
existe, ha existido y existirá.
Del trabajo de todos los
seres y de todas las cosas, se deduce una aspiración; la aspiración hacia lo
infinito, hacia lo perfecto. Todos los efectos, divergentes en apariencia,
convergen en realidad, hacia un mismo centro; todos los fines se coordinan
forman un conjunto, evolucionan hacia un mismo fin; ¡Dios! Dios, centro de toda
actividad, último fin de todo pensamiento y de todo amor.
Si el hombre supiese
recogerse en sí mismo y estudiarse; si apartase de su alma todas las sombras
que acumulan en ella las pasiones; si desgarrando el velo espeso en el que los
prejuicios, la ignorancia y los sofismas están envueltos, descendiese al fondo
de su conciencia y de su razón, encontraría allí el principio de una vida
interior completamente opuesta a la vida de fuera. Por ella, podría entrar en
relaciones con la naturaleza entera, con el universo y con Dios, y esta vista
le proporcionaría como un saboreo anticipado de la que le reservan el porvenir de
ultratumba y los mundos superiores. Allí está también el libro misterioso donde
todos sus actos, buenos o malos, se inscriben, donde todos los hechos de su
vida se graban con caracteres indelebles para aparecer con una resplandeciente
claridad a la hora de la muerte.
A veces, una voz poderosa,
un canto grave y severo se eleva de esas profundidades del ser y resuena en
medio de las ocupaciones frívolas y de los cuidados de nuestra vida para
recordarnos el deber. ¡Desgraciado del
que se niega a escucharlo! Un día llegará en que los remordimientos le harán
comprender que no en vano se rechazan las advertencias de la conciencia.
Existen en cada uno de
nosotros fuentes ocultas de donde pueden brotar oleadas de vida y de amor, de
virtudes y de poderes sin número. En ese santuario íntimo es donde se necesita
buscar a Dios. Dios está en nosotros, o, por lo menos en nosotros existe un
reflejo de él. Ahora bien, lo que no existe no puede ser reflejado. Las almas
reflejan a Dios como las gotas de rocío de la mañana reflejan la luz del sol,
cada una según su grado de pureza.
Por esta percepción interior
y por la experiencia de los sentidos es por lo que los hombres de genio, los grandes
misioneros y los profetas han conocido a Dios y sus leyes y lo han revelado a
los pueblos de la tierra.
(Tomado del
libro “después de la muerte” de León Denis)
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