El Purgatorio
1. El Evangelio no hace mención alguna del Purgatorio, que fue admitido por la Iglesia recién en el año 593. Se trata, sin duda, de un dogma más racional y más acorde con la voluntad de Dios que el del Infierno, puesto que establece penas menos rigurosas, que pueden ser expiadas en los casos de faltas de menor gravedad. El principio del Purgatorio se basa en la equidad y, comparado con la justicia humana, representa la reclusión temporaria en relación con la cadena perpetua. ¿Qué opinión nos merecería un país que sólo tuviese la pena de muerte, tanto para los crímenes aberrantes como para los delitos menores? Sin el Purgatorio, sólo quedan para las almas dos alternativas extremas: la felicidad absoluta o el suplicio eterno. Ante esa hipótesis, ¿qué sucede con las almas que sólo son culpables de faltas leves? Comparten la felicidad de los elegidos, aunque no sean perfectas, o sufren el castigo impuesto a los más grandes criminales, aunque no hayan cometido un delito grave, lo cual no sería ni justo ni racional.
2. Sin embargo, la noción del Purgatorio es forzosamente
incompleta. Eso se debe a que, como sólo conocen la pena del fuego, los hombres
hicieron de ese lugar un Infierno en miniatura. Las almas también padecen allí
por efecto de las llamas, aunque el fuego es de menor intensidad. Puesto que el
dogma de las penas eternas es incompatible con el progreso, las almas del
Purgatorio no salen de él por obra de su adelanto, sino en virtud de las
plegarias que se hacen o que se mandan hacer con ese fin.
Si bien la primera intención fue buena, no se puede decir lo
mismo de sus consecuencias, debido a los abusos a que dio lugar. Las oraciones
pagadas transformaron el Purgatorio en un negocio más rentable que el Infierno.
3. La ubicación del Purgatorio, así como la naturaleza de
las penas que allí se sufren, nunca fueron determinados ni definidos
claramente. Estaba reservado a la nueva revelación llenar ese vacío, al
explicarnos las causas de las miserias de la vida terrenal, en relación con las
cuales sólo la pluralidad de las existencias podía mostrarnos la justicia.
Esas miserias provienen necesariamente de las imperfecciones
del alma, pues si el alma fuese perfecta no incurriría en faltas ni tendría que
padecer sus consecuencias. El hombre que fuese sobrio y moderado en todo, por
ejemplo, no estaría expuesto a las enfermedades derivadas de los excesos. La
mayoría de las veces es desdichado en este mundo por su propia culpa. Con todo,
si es imperfecto, se debe a que ya lo era antes de venir a la Tierra, donde expía
no sólo sus faltas actuales, sino faltas anteriores que aún no había reparado.
Sufre en una vida de pruebas lo que hizo sufrir a otros en una existencia
anterior. Las vicisitudes que experimenta son, al mismo tiempo, un castigo
temporario y una advertencia acerca de las imperfecciones que debe corregir, a
fin de evitar males futuros y progresar en el sentido del bien. Para el alma
son lecciones de experiencia, arduas a veces, pero resultarán tanto más
provechosas para el porvenir, cuanto más profundas sean las impresiones que
dejen. Esas vicisitudes provocan luchas incesantes que desarrollan sus fuerzas
y sus facultades morales e intelectuales. Por medio de esas luchas, el alma se
afianza en el bien, y triunfa siempre que tenga coraje para afrontarlas hasta
el fin. El premio de la victoria está en la vida espiritual, donde el alma
ingresa radiante y triunfal, como el soldado que ha superado la batalla y
recibe la palma de la gloria.
4. Cada existencia constituye una oportunidad para que el
alma dé un paso adelante. Depende de su voluntad la mayor o menor extensión de
ese paso, que le permitirá ascender varios peldaños o bien permanecer en el
mismo lugar. En este último caso, de nada le habrá servido el sufrimiento y,
como tarde o temprano se impone inevitablemente el pago de sus deudas, deberá
volver a empezar una nueva existencia en condiciones todavía más penosas,
porque se sumará una nueva mancha a la que aún no ha sido borrada. Así pues, en las encarnaciones sucesivas el alma se despoja
poco a poco de sus imperfecciones. En una palabra, se purga hasta que esté
suficientemente pura para que merezca dejar los mundos de expiación por otros
más venturosos y, más tarde, pueda dejar estos para gozar de la felicidad
suprema.
De ese modo, el purgatorio no es una idea vaga e incierta.
Es una realidad material que vemos, palpamos y sufrimos. Existe en los mundos
de expiación, y la Tierra es uno de esos mundos. En ella los hombres expían el
pasado y el presente en bien del porvenir. No obstante, en contraposición a la
idea que se tiene, depende de cada uno abreviar o prolongar su permanencia
aquí, según el grado de adelanto y de purificación alcanzado mediante el
trabajo consigo mismo. De la Tierra sólo se sale por mérito propio, y no porque
haya concluido el tiempo o por los méritos ajenos, en concordancia con estas
palabras de Cristo: “A cada uno según sus obras”, palabras que resumen en forma
integral la justicia de Dios.
5. Quien sufre en esta vida, debe estar convencido de que eso sucede porque no se purificó suficientemente en su existencia anterior, y que, si no lo hace en esta, deberá sufrir más aún en la siguiente, lo cual es equitativo y lógico al mismo tiempo. Como el sufrimiento es inherente a la imperfección, tanto más tiempo sufriremos cuanto más imperfectos seamos, de la misma forma que una enfermedad persiste tanto más tiempo cuanto mayor sea la demora en tratarla. Así, mientras el hombre sea orgulloso, sufrirá las consecuencias del orgullo; mientras sea egoísta, sufrirá las consecuencias del egoísmo.
6. Conforme a su grado de imperfección, el Espíritu culpable
sufre primero en la vida espiritual, y después se le concede la vida corporal
como medio de reparación. Es por eso que en la nueva existencia se vuelve a
encontrar junto a las personas a las que ha ofendido, o en ambientes semejantes
a aquellos en los que hizo el mal, o en la situación opuesta a la de su vida
precedente, como, por ejemplo, en la miseria si fue un mal rico, o en una
condición humillante si fue orgulloso.
La expiación, primero en el mundo de los Espíritus y después
en la Tierra, no constituye un doble castigo para el Espíritu. Se trata de la
misma expiación, que se continúa en la Tierra como un complemento, con vistas a
facilitarle el progreso mediante un trabajo efectivo. De él depende
aprovecharlo. ¿No será preferible que el Espíritu vuelva a la Tierra con la
posibilidad de alcanzar el Cielo, a que sea condenado sin remisión si deja este
mundo definitivamente? Esa libertad que se le concede es una prueba de la
sabiduría, la bondad y la justicia de Dios, que quiere que el hombre deba todo
a sus propios esfuerzos y sea el artífice de su porvenir. Si es desdichado, y
si lo es por más o menos tiempo, sólo podrá quejarse de sí mismo, dado que el
camino del progreso siempre está abierto.
7. Si se considera cuánto sufren los Espíritus culpables en el mundo invisible, cuán terrible es la situación de algunos de ellos, cuántas ansiedades los dominan, y de qué forma ese estado se agrava aún más por la imposibilidad de prever su término, podría decirse que se encuentran en el Infierno, en caso de que esa palabra no implicase la idea de un castigo eterno y material. No obstante, gracias a la revelación de los Espíritus, y a los ejemplos que nos ofrecen, sabemos que la duración de la expiación está subordinada al mejoramiento del culpable.
8. El espiritismo no viene, pues, para negar las penas
futuras; viene, por el contrario, a confirmarlas. Lo que él destruye es el
Infierno localizado, con sus hornos y sus penas irremediables. Tampoco niega el
Purgatorio, pues demuestra que nos encontramos en él. Al definirlo con
precisión, y al explicar la causa de las miserias terrenales, orienta hacia la
creencia a aquellos que lo niegan.
¿Rechaza las oraciones por los difuntos? Todo lo contrario.
Dado que los Espíritus sufridores las solicitan, las eleva a un deber de
caridad y demuestra su eficacia para conducirlos al bien y, de esa manera,
abreviar sus tormentos.19 Al hablar a la inteligencia, ha devuelto la fe a los
incrédulos, y la plegaria a quienes la menospreciaban. Con todo, lo que el
espiritismo sostiene es que la eficacia de la plegaria reside en el pensamiento
y no en las palabras, y que las mejores plegarias son las del corazón y no las
de los labios, son las que cada uno hace personalmente, y no las que se
encargan con dinero. ¿Quién, entonces, osaría censurarlo?
9. Sea cual fuere su duración, y dondequiera que ocurra – en
la vida espiritual o en la Tierra–, el castigo tiene siempre un término,
próximo o remoto. En realidad, el Espíritu sólo cuenta con dos alternativas:
castigo temporario graduado según la culpa, y recompensa graduada según el
mérito. El espiritismo rechaza la tercera alternativa: la condena eterna. El
Infierno queda reducido a la figura simbólica de los padecimientos mayores,
cuyo término no se conoce. El Purgatorio es, en efecto, la realidad.
La palabra purgatorio sugiere la idea de un lugar
circunscrito. Por eso se aplica más naturalmente a la Tierra, considerada como
un lugar de expiación, que al espacio infinito donde los Espíritus que sufren
se mantienen errantes, sobre todo porque la naturaleza de la expiación
terrestre es la de una verdadera expiación.
Cuando los hombres hayan mejorado, sólo aportarán al mundo
invisible Espíritus buenos; y estos, cuando encarnen, sólo proveerán a la
humanidad corporal elementos perfeccionados. Entonces, la Tierra dejará de ser
un mundo de expiación, y los hombres ya no sufrirán las miserias que son la
consecuencia de sus imperfecciones. Esa transformación, que se produce en este
momento, elevará a la Tierra en la jerarquía de los mundos. (Véase El Evangelio
según el Espiritismo, capítulo III.)
10. Así pues, ¿por qué Cristo no hizo mención del Purgatorio? Porque la idea no existía, de modo que no había palabras para representarla. Recurrió a la palabra infierno, la única en uso, como término genérico para designar sin distinción las penas futuras. Si al lado de la palabra infierno hubiese colocado otra equivalente a purgatorio, no habría podido precisar su verdadero sentido sin tratar una cuestión reservada al futuro. De hecho, habría consagrado la existencia de dos lugares específicos para el castigo. El Infierno, en su acepción general, sugiere la idea de castigo, e implícitamente incluye la de purgatorio, que no es más que un modo de penalidad. Estaba reservado al futuro ilustrar a los hombres acerca de la naturaleza de las penas y, por consiguiente, reducir el Infierno a su justo valor.
Si transcurridos seis siglos, la Iglesia consideró que era necesario suplir el silencio de Jesús acerca del Purgatorio, se debe a que consideró que el Maestro no lo había dicho todo.
¿Por qué no habría de ocurrir con otros aspectos lo mismo que con este? .
"¿Cuál es el destino del hombre después de la muerte física?
¿ Cuales serian las causas del temor a esa muerte?
¿Existe el Cielo y el Infierno?
¿Merece crédito la antigua creencia en los ángeles y demonios?
¿Como procede la Justicia Divina?
Estas y otras cuestiones relacionadas son debidamente esclarecidas a la luz de la lógica y de las enseñanzas de los Espíritus".
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