Sabemos cómo reacciona el girasol en presencia del astro-rey. Es un ejemplo clásico de heliotropismo: se vuelve directamente hacia el sol, acompañando su curso aparente y alrededor de la tierra en todas las horas del día. Y aún creciendo muy alto, parece querer aproximarse lo más posible del cuerpo celeste que nos ilumina.
También nosotros poseemos un maravilloso sol en nuestras vidas: es el corazón del Maestro que desde lo alto irradia hacia nosotros, despejando luz y amor en nuestros caminos, inspirándonos cuando lo permitimos, paciencia, caridad y tolerancia.

En verdad, algunos de nosotros solo lo hacemos en horas previamente establecidas, durante los trabajos espirituales o en minutos de plegaria y meditación, olvidando que, si el girasol de nuestros jardines tiene horas de tinieblas y abandono alternándose con las de diurna claridad, para los discípulos del Maestro no hay jamás oscuridad o desamparo, pues Jesús no duerme en su desvelo por aquellos que le fueron confiados, y nunca se apaga o siquiera desmaya su luminosa irradiación.
Nos corresponden a nosotros, con la simple acción de aceptar a Jesús como el divino sol de nuestras vidas, apartar lejos las tinieblas, las dudas y aflicciones, integrándonos definitiva y realmente en el cuadro de sus discípulos, en decidida ascensión hacia Dios.
Que El permita que concretemos ese noble ideal en breve tiempo y la plegaria que le hacemos confiados en su amor.
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